Moda democrática

  • Tiempos interesantes
  • César Romero

Ciudad de México /

Confieso que pensé bastante antes de atreverme a usar este título. ¿Blasfemia? En estos tiempos de confrontación en que autócratas y populistas pululan por doquier, cualquier crítica al menos malo de los sistemas de gobierno me coloca al filo de la irreverencia extrema. Ni modo.

Comienzo por recuperar la idea aristotélica de la democracia como el “gobierno de los muchos” y en riesgo de convertirse en demagogia. Sin mayor reparo en Hobbes, Rousseau, los clásicos del liberalismo o Tocqueville, me brinco hasta el siglo pasado cuando Norberto Bobbio la define como “un método para la constitución del gobierno” y explica que su existencia implica una serie de condiciones previas (estado de Derecho, libertad de prensa, etc.).

Tampoco le pongo demasiada atención al uso de la “democracia” (y justicia social) como slogans propagandísticos de la revolución burocratizada, o la táctica favorita de la Pax Americana durante buena parte del siglo pasado que, utilizando el garrote imperialista, pretendían exportar “libertad y democracia” alrededor del planeta.

Elijo quedarme con lo que me tocó vivir. La democracia como una propuesta de una izquierda mexicana con profundas raíces autoritarias y cuasi religiosas que en 1981 se convirtió en el PSUM (Partido Socialista Unificado de México), sumándose, en los hechos, a la causa democrática enarbolada por el PAN (Partido de Acción Nacional desde su creación en 1939.

Leyendo más o menos bien los vientos de cambio, la oposición en México se fue integrando a una gran “ola democrática” que en un par de décadas llegó al poder –con todos los matices del caso— a numerosos países alrededor del mundo. Ya sabemos que en el 2000 el PRI salió de Los Pinos y que desde el 2006 la sociedad mexicana ha votado dos veces por continuidad y dos por la alternancia.

Junto con la llamada globalización (del comercio), la moda democrática alcanzó a buena cantidad de lugares y regiones. Acompañada de un importante ciclo de expansión económica, la democracia llegó a algunos países que fueron parte de la esfera soviética antes de su colapso (1989), también alcanzó a la mayor parte de América Latina e incluso, supuestamente, algunas parte del Oriente Medio.

Pero llegaron el 9/11, la crisis financiera de 2008, el Brexit (2016) y, sobre todo, Trump --¡dos veces!--. Amplísimos grupos sociales dejaron de creer en la democracia y algunos de los valores con la que se le asocia (solidaridad, tolerancia, empatía), abriendo la puerta a figuras populistas que, como hongos, surgieron por todos lados: en Inglaterra, Italia, Hungría, Turquía, Polonia, Ucrania, Venezuela, El Salvador, Argentina. Además de los regímenes autoritarios de siempre –Rusia, China, Corea del Norte, Cuba, buena parte del medio Oriente y África--, que se suman a países como Nicaragua y, en buena medida el propio Estados Unidos.

Un dato fundamental: en la mayoría de los casos, los nuevos “hombres fuertes” llegaron al poder por vía electoral y canales institucionales y más o menos legales. México no es la excepción.

En estos tiempos de polarización se nos dice que regresamos a la gran batalla entre la izquierda contra la derecha, lo cual me parece un disparate. ¿Quién representa hoy mejor al sistema capitalista que China? ¿Existirá alguien en el universo que considera Putin como un personaje progresista?

Aunque quisiera, no puedo negar el avance de la demagogia en distintos espacios. Ya hace un siglo estuvieron muy cerca de apoderarse de todo. Sin embargo, considero que el cansancio democrático podría no ser definitivo.

En lo personal sigo pensando que es un modelo menos malo que los demás, aunque debo reconocer que la nueva moda son los líderes supuestamente carismáticos que con algoritmos y/o bayonetas manejan los sentimientos de su “amado pueblo”. Y, como ya ocurrido antes, intentan cambiarnos tesoros por espejitos.

Ya pasará esta nueva ola (espero). Mientras, intento identificar señales concretas de avance real. Como mundo llegaremos al 3030 con niveles reducidos de pobreza extrema. Como sociedad somos más tolerantes, repudiamos la corrupción y rechazamos la violencia. A pesar de lo me cuentan los medios, creo que incluso somos un poco más civilizado. Aunque falta mucho, la igualdad de género es mayor que nunca (sigo pensando que a Trump lo terminará por vencer su propia patanería).

En el caso mexicano, no me rasgo las vestiduras porque tenemos una presidenta (me da pena cuando la descubro imitando el habladito de su antecesor). Me parece que la 4T no es tan buena como creen sus seguidores, ni tan mala como dicen sus detractores. Si en las elecciones de hace 10 años obtuvo 3 millones de votos, más pronto que tarde, dejará de ser el monolito que ahora pretende ser.


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