El Rubicon lo cruzamos un jueves. El 11 de marzo de 2016, poco después de la 1 de la tarde, para ser precisos. Sucedió en un salón de un hotel Four Seasons de Seúl, la capital de Corea del Sur. Ese día se llevó a cabo el segundo partido de Go, el milenario juego de mesa que gana quién desarrolla la mejor estrategia para controlar el territorio, un tablero de 19 por 19 casillas. Los contendientes, Lee Sedol, uno de los jugadores más reconocidos del planeta y AlphaGo, una computadora desarrollada por la empresa DeepMind. Una nueva edición de la eterna batalla del ser humano contra las maquinas.
El punto de inflexión ocurrió precisamente cuando la computadora realizó su movimiento número 37.
Pausa: para alguien que está descubriendo qué es Go --un complejo juego de mesa de más de 2,500 años de antigüedad, con más opciones de movimientos que átomos en el universo-- y lleva un récord personal de más de una docena de derrotas consecutivas, resultaría un poquito de más explicar en qué consistió el movimiento 37.
Baste con enfatizar que los expertos lo consideraron punto menos que genial. "Brillante", "creativo", El consenso en el mundo de los geeks y nerds fue de un asombro colectivo ante la velocidad del avance de lo que hoy conocemos como inteligencia artificial generativa (AIG). Un momento equivalente al triunfo de DeepBlue sobre Garry Kasparov en 1997 en una partida de ajedrez.
Forward: Volvemos al 2024.
Desde mi celular --un modelo bastante viejo y con la cámara estrellada--, puedo realizar "transcripciones estenográficas" de los audios y videos a mi alcance. También, con un dedo, obtengo, casi al instante, un sumario de cada uno de los textos que recibo por correo. Lo mismo con los buscadores de información que me orientan; igual sobre los grandes secretos del universo, como la localización de la cafetería más cercana a mi lugar de trabajo. Y también sobre la calidad de los pastelitos que ahí consumo.
Además de ser uno de los negocios más grandes de la historia --en un par de años la etiqueta A.I.G. ha desplazado varios millones de millones de dólares en inversiones hacia un puñado de grandes empresas-- la famosa Artificial Intelligence ya es como dios: está en todas partes y en todo momento.
Su irrupción en temas económicos es más que clara --las criptomonedas, por ejemplo. Lo mismo en la administración de la movilidad en carreteras y cielos; o en el manejo de herramientas y otras máquinas; así como en la vigilancia de la salud de una persona o el perfeccionamiento del control y/o aniquilamiento de una sociedad.
Hasta donde alcanzo a comprender cuando decimos A.I. en lo fundamental estamos diciendo es "computo", simplemente eso; esto es, software y fierros con una potencia mucho mayor que las computadoras que conocimos hace una o dos generaciones.
Más allá de toda la retórica mágica y las fantasías sobre el tema, son dos o tres las cosas que esta nueva tecnología es capaz de hacer por nosotros: "escuchar", "ver" y, digamos, "entender". Es decir, las maquinas ya son capaces de usar nuestro lenguaje de una manera bastante funcional. Lo demás, todo lo demás, se deriva de ese punto.
Considerando que pensamiento y lenguaje suelen terminar siendo, en la práctica, casi la misma cosa, el potencial de las nuevas herramientas puede ser abrumador.
No caeré en la tentación es jugar con la trillada idea de que este texto fue escrito por alguna de las plataformas de moda --no, les juro que no--, pero sí intento enfatizar que resulta evidente que hemos cruzado el punto de no retorno --el famoso Rubicon--, que la importancia simbólica de ese movimiento 37 nos permite poner atención en que estamos viviendo el comienzo de una nueva era.
Llegamos a un nuevo mundo, pero no solamente en lo que se refiere a la tecnología, sino en las comunicaciones, en la política, en nuestra relación con la naturaleza e, incluso, en la manera en que tendremos que (re)definir el concepto mismo de "ser humano".
¿Debemos tener miedo? Sinceramente no lo sé. Si la inteligencia natural --la de las personas--, nos ha traído al borde de la aniquilación nuclear, no imagino porque las maquinas serán necesariamente peores. Creo, eso sí, que lo que no debemos hacer es cerrar los ojos; nos guste o no la nueva realidad está aquí, es un hecho. Negarla es siempre una posibilidad; una que históricamente ha sido una opción que suele anticipar grandes fracasos.