Nilda Perales: la frontera del abandono

  • De buena fuente
  • Cristina Gómez

Tamaulipas /

Nilda Perales Ramos, de 84 años de edad, apareció una mañana abandonada en el silencio de una brecha polvorienta, a un costado de la carretera a Playa Bagdad, en Matamoros. Sentada en una silla de ruedas. Inconsciente. Sola.

Nadie sabía quién era esa mujer frágil, vencida por el sol, el abandono y los efectos de sustancias que la mantenían en un sueño profundo. Fue hallada en una zona rural de difícil acceso del ejido El Longoreño, un lugar donde la vida pasa de largo y donde el olvido parece rutina.

Los paramédicos hicieron lo urgente: salvarla. Y en uno de esos breves momentos en que la conciencia regresó, Nilda logró decir su nombre. Solo eso. Hoy se sabe que es residente de Laredo, Texas. Que su cuerpo llevaba una pista muda pero reveladora, calcetas antiderrapantes, de esas que suelen colocarse en hospitales del Valle de Texas.

La adulta mayor permanece hospitalizada. Respira con ayuda de oxígeno, recibe medicamentos especializados y lucha, con una fortaleza silenciosa, por mantenerse con vida. Hay ligeros signos de mejoría, dicen los médicos, pero su estado sigue siendo delicado.

Nadie había llegado a preguntar por ella, a reclamarla, a explicar porqué terminó ahí. Y esa ausencia duele más que cualquier diagnóstico.

La Fiscalía General de Justicia de Tamaulipas abrió una carpeta de investigación por abandono de persona. Incluso se analiza si el caso podría configurar un delito mayor. ¿Quién la llevó? ¿Cuándo cruzó? ¿Porqué fue dejada en ese sitio inhóspito?

El DIF intervino, intentando encontrar a quienes debieron cuidar de ella. Mientras tanto, la imagen de Nilda, frágil y abandonada en su silla de ruedas, circuló en redes sociales y despertó una indignación social que contrasta con el silencio de quienes tenían la obligación moral y legal de protegerla.

Hoy la prioridad es su recuperación, dicen las autoridades. Y es cierto, pero también lo es que Nilda nos confronta como sociedad. Nos recuerda que la vejez no debería terminar en una brecha, que la frontera no solo divide países, sino conciencias, y que el abandono, cuando se normaliza, se convierte en una forma brutal de violencia.

La historia de Nilda exige respuestas. Porque nadie, absolutamente nadie, merece ser olvidado de esa manera.


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