Siempre fue toda una dama y, también, siempre tuvo una sonrisa o una anécdota aleccionadora para todo aquél que estuviera dispuesto a escuchar. Lo comprobé desde muy joven, cuando recién comenzaba en estos andares periodísticos y me asignaron estar diariamente cubriendo un nuevo programa matutino llamado Hoy, allá por 1998, del que ella fue la primera titular. Fue ahí donde conocí a Talina Fernández, y desde el primer día que estuve en esos foros de Televisa Chapultepec, me sorprendió ver la sencillez y familiaridad con la que ella trataba a todos, desde los técnicos, hasta Emilio Azcárraga Jean, quien llegó a desearle buena suerte en este nuevo proyecto.
“Vente, vamos a fumarnos un cigarro”, me decía en los cortes comerciales, casi como si estuviera haciendo una travesura. En la sala donde todos descansaban cuando no estaban a cuadro, alguna vez me contó por qué nunca se tomó en serio la fama: “Es que yo entré casi por accidente a la televisión y me hice famosa por necesidad”, decía.
Resulta que le habían diagnosticado un tumor inoperable en la cabeza y eso fue lo que la impulsó a salir adelante. “Me dijeron que me quedaban entre seis y ocho meses de vida. Mis hijos estaban muy chiquitos y yo me dediqué a trabajar como loca, para poderles dejar, aunque sea, algo de dinero para sus estudios… Un trabajo me llevó a otro, no paraba, y cuando me di cuenta, ya había pasado más de un año desde aquel diagnóstico. Entonces fui con el doctor, me volvieron a hacer pruebas y resulta que el tumor se iba haciendo más pequeño, hasta que desapareció. Por eso digo que el trabajo me ha salvado la vida”, recordaba orgullosa.
Pasaron los años y nos vimos muchas veces. Cuando su hija Mariana Levy murió, en 2005, todos pensamos que el dolor ganaría la batalla y no fue así. Siguió buscando el lado luminoso de la vida cada día y compartiendo siempre alguna frase, propia o de algún gran filósofo, que pudiera transformar de alguna manera a su interlocutor. A todos nos transformó Talina.
En otras pláticas me contaba sus correrías juveniles con las periodistas Lolita Ayala –La Lola, como ella la llamaba– y Virginia Sendel, ambas amigas de toda la vida. “Estudiamos juntas y hemos sido inseparables ¡Hasta novios llegamos a intercambiar!”, comentaba entre carcajadas, para que no quedara duda de ese vínculo fraterno.
La última vez que nos vimos fue hace algunos meses, la vi más delgada pero con la sonrisa y el buen humor que la caracterizaron siempre. “Qué gachos, no le hablan a uno para un homenaje, siempre para preguntarte por puros chismes”, me comentó en corto. Quedamos de vernos pronto para comer en su famosa residencia de las Lomas de Chapultepec y la cita se fue postergando, hasta hoy que lamentablemente nos enteramos de su partida.
Mientras escribo esto, miro un manuscrito que me hizo llegar en 2017 y en el que, entre otras cosas, me llama la atención una frase que puso con su inconfundible e impecable caligrafía: “Mi vida ha sido enriquecida con la inteligencia emocional”… Y yo puedo decir, sin lugar a dudas, que la de varias generaciones también fuimos enriquecidos por la inteligencia, gracia y presencia de esta gran mujer. Vuela alto, querida Talina.