Los acontecimientos de los últimos años demuestran una vez más que los paradigmas en los cuales justificábamos nuestros quehaceres diarios se derrumban y la sociedad ingresa en periodos de cambios que generan resistencia a ser aceptados. La agricultura y sus paradigmas no escapan a esta realidad. Un ejemplo es la discusión acerca de la ética en el uso de la ingeniería genética como herramienta para lograr una mayor y más eficiente producción.
Podemos hablar de cambios de paradigma, por ejemplo, con la llamada Revolución Verde (1960-1980) en las prácticas agrícolas de numerosas zonas del mundo. El proceso generó un aumento acelerado de la producción de alimentos con base en el cruce selectivo de especies y el uso de fertilizantes, plaguicidas y nuevas técnicas de riego. Desgraciadamente, años más tarde, muchos de los países que intensificaron así la producción se encontraron con una importante parte de sus recursos naturales en situación de deterioro o agotamiento. Se calcula que para satisfacer la demanda estimada de alimentos para 2050 los rendimientos de los cultivos deberán aumentar 50 por ciento. Esta situación ya no encuentra las soluciones en la ampliación de las fronteras agrícolas y depende fundamentalmente del aumento en el rendimiento por planta, que se logra por intermedio del buen manejo e ingreso de tecnologías como la biotecnología o la ingeniería genética.
El mejoramiento de los cultivos desde sus principios empíricos y su conversión en ciencia ha logrado destacados avances, ya sea por intermedio de los métodos de cruzamiento tradicional, marcadores genéticos y durante los últimos años por intermedio de la ingeniería genética y la biotecnología. Los sistemas de mejoramiento genético tradicionales son procesos de cruzamiento programado entre variedades de plantas o razas de animales por intermedio de los cuales se transmite material genético de un ser a otro, especie a otra especie y el resultado de dichos cruzamientos a lo largo de las generaciones permite seleccionar a aquellas variedades que acorde al programa de mejoramiento alcanzaron las propiedades buscadas. La metodología tradicional es diferente a la ingeniería genética o la biotecnología de nuestros días. Esta tecnología nos permite aislar y transmitir material genético el cual es responsable de determinadas cualidades. Este trabajo se realiza en laboratorios a diferencia del anterior, que generalmente es “a campo”. Es rápido y evita lo que ocurre en los sistemas de mejoramiento clásicos, en los cuales paralelo a lo buscado en el programa se transmiten también otras características que muchas veces no son deseables.
Paradójicamente, este cambio de paradigma que la biotecnología y la ingeniería genética proponen es entendido en muchos segmentos de la población en forma inversa a sus objetivos. El uso de la ingeniería genética en la agricultura posee riesgos. Probablemente el uso propuesto de paquetes tecnológicos que incluyen variedades resistentes y herbicidas, por ejemplo, han contaminado recursos como suelo y agua, o provocaron la eliminación de especies naturales. También existen riesgos en la salud, como es el caso de desarrollo de alergias o de resistencia a diferentes antibióticos.
El escepticismo existente debido a los riesgos y la falta de control en el uso de esos paquetes tecnológicos encuentra al consumidor inundado de información que generalmente no tiene sustentación científica y lo conduce a pagar más por alimentos libres de transgénicos sin ser éstos verdaderamente más sanos o de mayor valor nutricional. Actualmente más de 80 por ciento de la soya del mundo es de variedades genéticamente modificadas, además de 30 por ciento de los cultivos de maíz y aproximadamente 20 por ciento de los cultivos de colza.
Por otra parte, se deberán tener en cuenta los beneficios de la ingeniería genética aplicada a la agricultura. Un ejemplo interesante es el caso del arroz dorado. Aproximadamente medio millón de personas pierde la vista por falta de vitamina A. Paralelamente, por intermedio de la ingeniería genética se consiguieron desarrollar variedades de arroz con alto contenido de pro-vitamina A. El arroz dorado es una variedad producida a través de ingeniería genética, biosintetizando los precursores de beta-caroteno (pro-vitamina A) en las partes comestibles del grano de arroz. Si las personas que fueron afectadas de ceguera hubieran consumido esa variedad de arroz, probablemente hubiéramos reducido la incidencia de ceguera. Sobre todo teniendo en cuenta que existe toda una corriente de personas que se oponen al uso de esas variedades con el argumento (entre otros) de que producen tumores cancerosos en la piel. Este argumento no fue demostrado científicamente y por fortuna, luego de una petición firmada por más de 100 premios Nobel en 2017-2018, se autorizó el uso de la variedad en diferentes países.
Creo que no es correcto asegurar que todo alimento producido por técnicas de ingeniería genética es en forma inherente algo malo o nocivo. Estamos obligados a revisar en forma estricta cada uno de estos alimentos para asegurar el cumplimiento de las políticas y prácticas que brinden seguridad en el consumo y comercio de alimentos modificados. La idea básica es permitirle al consumidor el acceso a toda la información relevante, asegurándole que la misma ha sido revisada y probada por intermedio de pruebas que aseguren la veracidad de los argumentos.
Por: Daniel Werner*
* Director del Departamento de Relaciones Exteriores y Cooperación Internacional del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural de Israel.