Las Voces del Despeñadero gritan en blanco y negro

Jalisco /

La Quebrada de Acapulco, ese abismo mítico donde el valor se mide en metros de caída libre, es retratada con maestría y emotividad en el cortometraje documental Las voces del despeñadero.

Ese lugar paradisíaco, donde los aplausos de los turistas ahogan el riesgo mortal de cada salto, se convierte en protagonista de esta cinta ganadora del Festival Internacional de Cine en Guadalajara, y nada me dio más gusto.

No solo porque sus creadores deambularon por el FICG, en su edición 40, contando a todos su experiencia, su trabajo, ese que repartieron a diestra y siniestra en busca de promoción y eco. Me dio gusto verlos alzar el Mayahuel en la ceremonia de clausura, porque fue ahí donde su sueño se cristalizó.

El cortometraje, de 23 minutos, retrata en blanco y negro una realidad envuelta en poesía visual y en un testimonio estremecedor que trasciende la anécdota folclórica.

El blanco y negro no es un mero recurso estético: es una metáfora poderosa. Despoja al paisaje icónico de Acapulco de su colorido de postal, de la engañosa alegría turística, y lo reduce a luces, sombras, texturas de roca y piel curtida. Sin color, la mirada se centra en lo fundamental: rostros marcados, cicatrices visibles e invisibles, y la profundidad abismal de la Quebrada, que se convierte en un personaje más, silencioso e imponente.

La historia susurra testimonios reales que se convierten en el alma desgarradora del cortometraje. No son solo voces: son los clavadistas, sus ansias de triunfo, su logro en cada salto, y su miedo, que traspasa la pantalla con una sinceridad que estremece.

Hablan del vértigo al saltar, sí, pero también del miedo que se tragan antes de hacerlo, de los errores que han vivido, de las lesiones que los persiguen y de la emoción que los empuja, una y otra vez, al borde.

El documental no juzga: presenta. Muestra la tradición, el orgullo, pero también el costo humano oculto tras las miradas lanzadas por los turistas.

Apenas he estado dos veces en Acapulco. Mientras vivía en la Ciudad de México, era casi obligatorio llegar por la Autopista del Sol para, al menos una vez, ver a los clavadistas. En ese entonces, no me imaginaba lo que había detrás.

La Quebrada es mucho más que un show, y esta poderosa historia da fe de ello, con una profundidad en los relatos que solo nace de la paciencia y del genuino interés humano.

El premio en Guadalajara es un reconocimiento merecido a su calidad cinematográfica: la fotografía es sobrecogedora, el montaje preciso y emotivo, pero sobre todo, al valor de denunciar lo que esos hombres y mujeres viven en cada salto.

Las voces del despeñadero, habla de la osadía, pero también de la vulnerabilidad y del olvido al que suelen condenarse quienes arriesgan su vida por el entretenimiento de los demás.


  • Daniela Nuño
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