“Hoy la Alcaldía toma la decisión del orden (...) Los rótulos no es arte. Pueden ser usos y costumbres de la Ciudad de México, pero no es arte”, fueron las palabras de Sandra Cuevas. La Alcaldesa de la Cuauhtémoc ve desorden en el arte popular mexicano y la identidad gráfica que hacen de esa colonia una de las más chilangas de la Ciudad de México.
Ni ella ni yo somos expertas en arte popular ni en rótulos, —aunque ella se crea experta en los rótulos de Carolina Herrera y Armani Exchange—, pero esa no es la discusión. Más allá de sus gustos o los míos, la deja muy mal parada como autoridad, al menos, ignorar el atractivo turístico de los puestos de comida, así tradicionales, que desde principios del siglo XX se han ido tomando la ciudad y la travesía que debe suponer encontrar el puesto de preferencia o decantarse por uno.
Ni qué decir de los rótulos como expresión plástica de lo periférico, de aquello que se aparta de la lógica capitalista de consumo que ella tanto reivindica, de la expresión de quienes “se toman” la ciudad sin autorizaciones, como si las necesitaran. No se trata pues solamente de un rótulo, de un dibujo, de un texto que hace referencia a las delicias gastronómicas mexicanas, sino a su valor, impuesto por el tiempo y el espacio de la cultura, que muy seguramente hasta hoy que ya no están, supimos que importaban.
El 6 de junio de 2021 se eligió a la autoridad local y no a una curadora de arte ni a una decoradora de interiores. Aunque se tratara de una valoración estética cabe decir que ésta siempre está sujeta al gusto o conocimiento de quien valora la obra, que puede tratarse sólo de un gusto individual, pero su construcción social y su significado es un proceso que implica más que la mera apreciación y que nos obliga a entenderla y situarla en un tiempo y lugar determinados; los rótulos se suman a la tradición de una ciudad que grita sus afinidades y contradicciones en las paredes, en los postes de luz y casi en cualquier superficie posible.
¿Bajo qué criterios Cuevas decidió que la homogeneidad era la respuesta a un problema que no existía más que en su cabeza? Es ridículo imaginar a las y los dueños de los puestos pidiéndole a la autoridad que por favor les quitaran sus “antiestéticos” letreros, muchos de ellos cargados de sus propias historias personales, y que se los cambiaran por un logo gris. En cambio, sí es muy fácil imaginar a una bola de ineptos clasistas a puerta cerrada, los mismos que querían hacer un mini Vegas, solapando el capricho de quien hubiera preferido ser alcaldesa de la Miguel Hidalgo, para acabar de un brochazo con la tradición y la libertad de expresión de las y los comerciantes.
¿No habrá cosas realmente importantes de las cuales ocuparse en la Cuauhtémoc? ¿La seguridad, las basuras, los baches? ¿La organización, pero de verdad, sin opresión, del comercio informal? ¿Atender a las personas en situación de calle? Veamos con qué otra audacia nos sorprenderá nuevamente la alcaldesa; eso sí, siempre cargada de terquedad, abusos de poder y aporofobia.
Daniela Pacheco