Para nadie es un secreto que uno de los grupos poblacionales más afectados económicamente, luego de la pandemia, fue el de las mujeres. Tampoco lo es que cuerpo de mujer no garantiza perspectiva de género. Mucho menos que funcionarias como la alcaldesa de Cuauhtémoc Sandra Cuevas trasladan su falta de empatía con el mundo y su sueño de sociedades arias a su quehacer institucional, más preocupado por satisfacer a la clase social a la que aspira que por dotar de condiciones dignas a las mayorías.
Ni con los sonideros, ni con los comerciantes ambulantes, ni con los dueños de puestos de comida, ni con los adultos mayores, ni con los migrantes, y mucho menos con las mujeres; Sandra Cuevas parece no tener empatía por nadie.
Este domingo anunció que a partir de esta semana, las agrupaciones feministas ya no podrán vender ropa y productos en la plaza Río de Janeiro, en la Colonia Roma, debido a “constantes quejas vecinales por la ocupación de ese espacio público”. El mismo argumento que usó para retirar a los sonideros del Kiosko Morisco en Santa María la Ribera, cuando lo que realmente le molestaba era la música frente al balcón de su apartamento y el espectáculo de las clases sociales que tanto desprecia.
“Por qué te espantas por las que luchan y no por las que mueren”, dice el letrero de uno de los puestos de una integrante de las colectivas instaladas que resisten como pueden la crisis económica. Cuevas se defiende argumentando que las mujeres tuvieron la oportunidad de ser reubicadas en la explanada de la Alcaldía de Cuauhtémoc. Sin embargo, las ventas fueron insuficientes y como era lógico regresaron a la Plaza.
Claro que las y los niños tienen derecho a la recreación, igual que las mujeres a un trabajo en condiciones dignas. Esperaría una que la autoridad, en vez de recurrir a leguleyadas —si lo que dice es cierto—, encontrara el equilibrio entre ambas legítimas demandas, especialmente en una alcaldía donde confluyen realidades socioeconómicas tan distintas; una autoridad conciliadora apurada, sobre todo, por el bienestar de la gente.
El sentido de la vida y hasta de gobernar de Sandra Cuevas pasa por un lente profundamente clasista y excluyente. Lo que le molesta no es que “las y los niños no puedan jugar” sino las mujeres y los viejos pobres, los migrantes negros haitianos y los vendedores ambulantes tomándose el espacio público que está diseñado esteticamente por quienes se sienten dueños de México, particularmente en lugares como La Roma en la Ciudad de México.
Si fueran las niñas y niños hijos de los migrantes los que disfrutaran esa plaza, ya los habría corrido con su grupo de porros, que por cierto, aparecen nuevamente en el video en el que le habla a las colectivas.
Y las “feministas de televisión”, en silencio.