Este lunes, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, aseguró que México está listo, desde hace mucho, para una mujer presidenta, y que más allá del género, que también es importante, se trata de la continuidad de la Cuarta Transformación, y tiene toda la razón.
La condición necesaria para el cambio no es el género o votar por una mujer por ser mujer, sino la descolonización de lo público en todos sus ámbitos: desde el género, la raza, hasta las cuestiones económicas y sociales. El solo hecho de que una mujer ocupe el cargo no invierte la configuración de las relaciones de poder para bien. ¿De qué le serviría al pueblo una presidenta como Margarita Zavala que reproduce las mismas estructuras del patriarcado y el capitalismo a favor de los arriba? O mire no más el show de gobierno de Sandra Cuevas en la Cuauhtémoc, entre violencia y despilfarro, que no tiene nada que envidiarle al peor y más estruendoso de los panistas.
Una mujer no es mejor cuadro político por ser mujer, sino por su voluntad de defender las causas transformadoras. Lo que importa es cómo esté armado el tablero político: a favor de los de abajo o de los de arriba, de los excluidos e invisibilizados o de los de siempre. Ese es el verdadero debate.
Lo anterior, por supuesto, sin desconocer el hito que representa en sí mismo el ascenso de una mujer al primer cargo político del país y todas las dificultades que tiene para ser considerada, al menos, como persona capaz para ser dirigenta.
No en vano, después de las declaraciones de la jefa de Gobierno, rápidamente los machitos y uno que otro representante de la oposición salió a defender, como buenos aliados oportunistas del feminismo, que México sí estaba listo para una mujer, pero que así no: no con un apéndice del Presidente como Sheinbaum. Riva Palacio hasta dedicó una columna entera, sin el más mínimo análisis objetivo de su gestión, para tildarla de sirvienta obediente del presidente López Obrador; una despreciable oda al machismo y a la misoginia.
Para un ala del conservadurismo es imposible referirse a una mujer pública, especialmente de la Cuarta Transformación, por fuera de los temas domésticos, de sus atributos físicos y emocionales, y de caracterizaciones como débil, obediente, agresiva o histérica. Son incapaces de pensarla como un ente autónomo, capaz de tener ideas y convicciones propias, sin ser extensiones de los hombres que las rodean. Y hasta parece que no entienden tampoco de qué se trata la gobernabilidad y la pertenencia a un mismo partido.
Aunque parecería debate superado a medida que se eleva la participación de las mujeres en la política, desafortunadamente hoy, algunos se siguen cuestionando por qué una mujer. Al margen de si la jefa de Gobierno participará o no en la contienda presidencial, de si es la favorita o no del Presidente, o inclusive, de si es o no su candidata, mientras ella va un paso adelante en la discusión, los machitos facistoides siguen poniendo en cuestión si es un títere o si contrató asesores de imagen para verse “presidenciable” porque eso son y hacen las mujeres cuando llegan o intentan llegar al poder.
¿Va a llevar maquillaje al espacio?, le preguntaron en 2014 a la cosmonauta rusa Yelena Serova, en la conferencia de prensa previa a la misión que cumpliría a la Estación Espacial Internacional. Veamos con qué otras perlas nos topamos en este desespero por librarse de la 4T.
Daniela Pacheco