El presidente Donald Trump aseguró que Estados Unidos no necesita de América Latina. Ante la pregunta de cómo sería la relación con nuestra región, remarcó que “debería ser genial (...) Nos necesitan mucho más de lo que nosotros los necesitamos. No los necesitamos. Nos necesitan. Todos nos necesitan”.
El discurso de toma de posesión de Donald Trump se trató de una mezcla de la Doctrina Monroe y la teoría del Big Stick o el gran garrote, en la que la relación entre Estados Unidos y Latinoamérica parece estar determinada por la “presunción hegemónica” del país del norte, casi que por mandato divino, en la que el que se dice tocado por Dios está llamado a la defensa de la “mayor civilización de la historia”.
Y esa gran nación no puede estar invadida por los migrantes contaminados ni tampoco renunciar al control de lo que consideran su patio trasero, por lo que una de sus primeras medidas fue la declaración de la emergencia nacional en la frontera y el anuncio de “recuperar” el Canal de Panamá.
Antes estos anuncios y otros como la necesidad de alinear a América Latina con sus valores de libertad y democracia, del fin de la ciudadanía por nacimiento, de la eliminación de los programas de género y la suspensión de los programas para refugiados, entre otros, cualquier mandatario con tres dedos de frente y amor y respeto por su propio país, pero sobre todo por su pueblo, estaría preocupado por definir estrategias de contención y de defensa de sus connacionales.
Sin embargo, presidentes como Javier Milei y Daniel Noboa —quien está en medio de la contienda por la reelección presidencial en Ecuador—, aparecieron como focas aplaudidoras avalando el desprecio por la realidad que viven sus propios paisanos. Un coro de fachos en el que faltaron algunos como Bukele y Bolsonaro que funcionan como las herramientas más útiles para que lo público se convierta en negocio, a costa de la vida misma, eso sí, de los más pobres.
Por supuesto que el punto central en las relaciones interamericanas sigue siendo la enorme asimetría de poder. Sin embargo, Estados Unidos necesita a América Latina por razones estratégicas, económicas, políticas y hasta culturales, en temas como el suministro de recursos naturales; como socio estratégico para contrarrestar la influencia de Rusia y China, especialmente en el contexto de los BRICS; el control de la migración y la lucha contra el narcotráfico, entre otros aspectos. Cerrar las fronteras no termina con los problemas compartidos.
Es un hecho que las políticas de Estados Unidos frente a la región, más que en Washington, serán hechas en Miami, y eso requiere de mandatarios y mandatarios latinoamericanos a la altura de estos nuevos desafíos, comprometidos y comprometidas con la integración, con sus propios pueblos, con la defensa de nuestros recursos estratégicos y con la soberanía. No se trata de establecer relaciones hostiles con Estados Unidos a priori, sino de defender el respeto mutuo. El bully se crece cuando huele miedo.
Algunos gobiernos de izquierda han visto los toros desde la barrera, y han aceptado las narrativas impuestas por la ultraderecha. Lo más probable es que el triunfo de Trump no sea el último de su tipo. La integración verdadera requiere liderar el debate político, el cambio cultural y la respuesta contra las acciones violentas de la ultraderecha.
Este año, Ecuador, Honduras, Bolivia y Chile celebrarán elecciones presidenciales y sus resultados abonarán en gran medida a fortalecer o no a la región como territorio soberano, frente a la amenaza injerencista del acosador del vecindario.