Como cada año el 12 de diciembre, nuestro México sin ser Pachuca la excepción, se transforma en un río humano que avanza hacia el Tepeyac con su fe como estandarte. Son millones los peregrinos que cruzan carreteras, pequeños poblados y ciudades para poder llegar a agradecer o suplicar a la mismísima Virgen de Guadalupe, la cual vuelve a ocupar el centro emocional no solo del país, sino de toda la América Latina, al ser como siempre el faro que aún guía a sus creyentes a pesar del ritmo que llevan.
Y justo en este 2025 lector mío, la pregunta ante los sucesos que llevamos, es ¿qué revela esta devoción y qué implicaciones tiene?
La guadalupana es si duda, un cohesionador del tejido social y cultural que hace a veces de un consuelo ante las vicisitudes de un pueblo que deposita en sus creencias su futuro. Allí donde los programas sociales se evaporan o donde la inseguridad dicta los horarios de vida de la gente, la fe termina ofreciendo un refugio inmediato que aviva una fuerza espiritual admirable a nivel mundial, pareciera que Lupita justo el 12 cargara a todo un país que no logra sostenerse solo.
Mientras millones de fieles caminan hacia la Basílica, México enfrenta brechas que no pueden esconderse dentro de un manto sagrado, la desigualdad de a poco se sigue incrementando, la violencia se reinventa día a día de mil y un formas para seguir golpeándonos, mientras las autoridades hacen esfuerzos titánicos para seguir generando confianza junto con esta celebración que a pesar de lo dicho, continua de manera luminosa, provocando incluso que ese fervor sirva como un tipo de antestesia colectiva.
La fe mueve montañas es cierto, pero no puede ser una sustituta del trabajo que tanto el Estado como nosotros sus ciudadanos debemos hacer de a diario, esta celebración debe recordarnos que la espiritualidad acompaña aún a nuestros gobernantes, que pueden usarla como combustible mas no como una estrategia para seguir adelante.
Cada año volvemos a mirar al Tepeyac buscando consuelo, y también deberíamos mirar hacia nosotros mismos con la misma intensidad para que juntos caminemos esa famosa transformación de la que el gobierno nos habla, un país no se mueve por milagros, sino por la voluntad de quienes lo habitan.