Nadie sabe para quién trabaja en el intrincado mundo del futbol mexicano. Nunca dimensionamos lo cerca que estuvo Puebla de quedarse sin futbol en 2020. La suerte estaba echada y el equipo de la Franja era el elegido para mudarse al puerto de Mazatlán en plena pandemia.
Grupo Salinas iba a prescindir de una plaza —en ese momento— con 75 años de historia para cristalizar el negocio con el gobernador de Sinaloa, Quirino Ordaz. El pésimo cociente del Puebla —para no variar— lo salvó. El Morelia gozaba de estabilidad en la clasificación que definía el descenso y se produjo la permuta: los Camoteros seguirían en la Angelópolisy los otrora Canarios del Morelia serían desaparecidos y arrancados de raíz para dar paso a un equipo espurio: el Mazatlán.
Cinco años después, los Cañoneros que llegaron “arrebatando” una franquicia, se van de la misma forma. Nadie los va a extrañar. Pasaron sin pena ni gloria por el futbol mexicano y siempre se supo que eran ave de paso. Ni trascendencia deportiva ni arraigo, la historia del Mazatlán es una de las más —quizá la más— insustancial del futbol mexicano en sus 80 años de profesionalismo.
En las antípodas de esa intrascendencia futbolística está el Atlante. Los Potros, como los bautizó Flavio Zavala Millet, atesoran más de un siglo de historia. Son solera chilanga. Tan capitalinos como el Ángel de la Independencia o el Monumento a la Revolución. Deportivamente nadie tenía mayores méritos para estar en la primera división, empero, su regreso al máximo circuito y al estadio Azteca, no dista mucho de otras mudanzas y cambios de franquicias: por dedazo.
El Atlante era de los pocos equipos “puros” del futbol mexicano. Un siglo y una década después, van a mutar por primera vez para intentar renacer a la afición que los despidió de su ciudad en la máxima categoría hace casi 20 años.
Aunque en las idas y vueltas de los Potros de Hierro, siempre estuvo presente el regreso a la capital, los últimos años en primera de los otrora “Prietitos” del Atlante se jugaban en un estadio semivacío.
En todo el enroque político dentro de la FMF, la duda ahora es, ¿qué será del Puebla?, ¿Salinas Pliego deja un pie en el futbol a través del equipo de la Franja? El porvenir de los Camoteros está lleno de dudas.
Dos grandes
Hay quienes insisten en reducir la grandeza a la extensión de una afición nacional. Bajo ese criterio, sólo tres equipos podrían aspirar al título de “grandes”: el América, Guadalajara y Cruz Azul. Empero, la final entre el Toluca y los Tigres, vuelve a exhibir la fragilidad de ese argumento.
Ambos clubes, profundamente arraigados a sus ciudades —Monterrey y Toluca—, han construido un prestigio que rebasa con creces cualquier medición basada en el número de playeras vendidas.
Tigres, con sus títulos recientes, su constancia competitiva y un proyecto deportivo que ha resistido sacudidas generacionales, se ha convertido en sinónimo de estabilidad en un futbol mexicano. El Toluca, por su parte, carga un palmarés que incomoda a más de uno, incluso cuando el ruido mediático parece ignorarlo.
La grandeza, a fin de cuentas, es un ejercicio sostenido de identidad, competencia y legado. Equipos como Tigres y Toluca no necesitan conquistar territorios ajenos para demostrar qué representan: basta su relación estrecha con su comunidad y sus números en la cancha.
Quizá no tengan afición en cada estado, pero tienen algo menos intercambiable: una historia auténtica, un proyecto sólido y la capacidad de reinventarse sin perder esencia. Y eso, en el futbol moderno, vale más que cualquier mapa pintado de colores.