Calamidad arbitral

Puebla /

El martes por la noche robaron en despoblado al Puebla: el equipo de la Franja fue víctima del crimen organizado en la colonia Noche Buena. “La banda de carteristas” hace de las suyas en las inmediaciones del estadio y “la banda de Elizondo” adentro del mismo.

Cuando la Federación Mexicana de Futbol anunció la llegada de Horacio Elizondo como responsable de los árbitros, se vendió la idea de una transformación basada en la disciplina, claridad y jerarquías. Un proyecto con “visión internacional”. Medio año después, lo que queda es una colección de errores grotescos, decisiones incomprensibles y un cuerpo arbitral que parece perder el control de cada jornada.

Elizondo, aquel árbitro que pitó la final del Mundial 2006 y que alguna vez simbolizó autoridad, hoy representa todo lo contrario. Su gestión se caracteriza por la confusión conceptual, la falta de coherencia en los criterios y una pedagogía que jamás aterrizó en árbitros que nunca se consolidaron. El VAR, que debía ser una herramienta de justicia, se ha convertido en un parche que complica aún más el desarrollo de los encuentros. La constante intromisión en jugadas intrascendentes va enervando al respetable y a los equipos.

Ahí está el América–Puebla, en el que Martín Molina Astorga calificó un contacto mínimo que terminó en penal para los azulcremas y marcó el rumbo del juego. Hace algunas jornadas, Marco Antonio Ortiz inventó una falta en el Cruz Azul–Chivas que anuló un gol legítimo. Y recientemente, Óscar Mejía tardó más de cinco minutos en revisar una jugada que las repeticiones aclararon en diez segundos. El Apertura 2025 ha sido una auténtica calamidad arbitral.

Son síntomas de un arbitraje sin convicción ni preparación. De instructores más preocupados por justificar protocolos que por enseñar lectura de juego. De una Comisión de Árbitros que se refugia en boletines y “conferencias técnicas” para disfrazar la descomposición.

El arbitraje mexicano hoy es una tómbola. Cada fin de semana, los clubes y aficionados se preguntan qué criterio aplicará el silbante en turno, mientras los jugadores han perdido toda confianza en la autoridad del central.

El resultado es un campeonato que ya no se juega sólo en la cancha. Se juega en la cabina del VAR, en los audífonos del árbitro y en la ambigüedad de un reglamento que parece reescribirse jornada a jornada.

Si la Federación no corrige el rumbo, el arbitraje mexicano seguirá hundido en la mediocridad y la sospecha. El problema ya no es de tecnología ni de presupuesto: es de criterio. Y mientras Horacio Elizondo siga priorizando la teoría sobre la cancha, la justificación sobre la autocrítica y el manual sobre el criterio, la Liga MX seguirá teniendo partidos que se deciden no por talento, sino por silbato.

Porque el peor árbitro no es el que se equivoca: es el que deja de entender el juego. Y eso, lamentablemente, es lo que Elizondo no ha sabido enseñar.


  • David Badillo
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