En el altar de la patria

  • En la tormenta
  • David Herrerías Guerra

León /

Escuchaba en la escuela, durante mi infancia y juventud, que había héroes que tenían un lugar en el “altar de la patria”. Yo me imaginaba algo así como un altar de muertos con estatuillas de esos héroes, como hombres de acción, con la mirada puesta en el horizonte. Luego fui aprendiendo en mis clases de historia que esos personajes que subíamos tan descuidadamente a ese altar, se empezarían a pelear entre sí y a darse de catorrazos tratando de desbarrancar al otro de ese sagrario en cuanto nos diéramos media vuelta.

Es difícil de entender cómo podrían convivir, en ese espacio tan reducido, Madero, con gesto inocente, junto a Zapata de rostro adusto, al que se enfrentó en vida. Carranza viendo a otro lado, porque no le puede sostener la mirada al morelense, después de mandar a Guajardo a tenderle una celada y asesinarlo por la espalda. Tampoco está cómodo el barbas de chivo junto al gran Felipe Ángeles, maderista y villista, pasado por las armas por los constitucionalistas. Y cerquita están Obregón y Calles, que mandaron al General Herrero –que también cobraba en las compañías petroleras extranjeras– a que se juntara a la columna en fuga de Carranza y le sirviera de guía. Lo condujo a la choza en Tlaxcalaltongo, en donde él mismo lo cosería a balazos. Y ahí está Villa, entre forajido y revolucionario, asesinado por Calles y Obregón, cuando ya estaba retirado. Si no fueran un poco cínicos, los generales norteños estarían un poco incómodos, porque les han puesto muy cerca la efigie de Francisco Serrano, general de su bando (o banda), que combatió a los zapatistas, a los villistas y a los yaquis, y terminó asesinado y vejado con furia en Huitzilac por el descaro de querer ser candidato y oponerse a la reelección. Dicen que Obregón, frente al rostro desfigurado de su antiguo amigo, pronunció estas sentidas palabras: “a esta rebelión ya se la llevó la chingada”. Entre la maraña de sucesiones, traiciones, asesinatos, planes y contra planes aviesos, algunos hilos conductores terminaron por dar cauce a un sistema político que no acaba de morir. Pero es innegable que faltan en esta historia, muchos héroes y heroínas que a la mejor no alcanzaron lugar en este altar. Pero es legítimo preguntarnos si esa estirpe de padres de la patria, prontos a la traición y adictos al poder, no tendrá que ver con nuestra incapacidad para construir una democracia verdadera, para lograr acuerdos y anteponer los intereses de la patria a los de las facciones de partido y de tribu. No lo sé, pero, en cualquier caso, una vez reconocido este trauma de la niñez, ahora que somos adultos, creo que es tiempo de empezar a construir algo nuevo.

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