Estuve a punto de correr a patadas a esos seres que descendieron en el patio de mi casa en una nave alienígena prototípica. Antes que el miedo pudiera hacerse cargo de mi ánimo, sus preguntas insolentes empezaron a encender ese rescoldo de ira que se agazapa en el fondo de cada uno. –Dinos por favor, humano –soltaron a bocajarro– si existe una especie verdaderamente racional en este planeta, con la que podamos establecer un diálogo constructivo. –Aquí está su seguro servidor– contesté, alisándome la playera luida que uso como pijama. Adiviné en su cara una sonrisa burlona, por lo que sentí la necesidad de enumerar mis credenciales intelectuales, que no son muchas, pero pensé que, sin el contexto, podrían darlas por válidas.
¿En serio? – me dijeron–. No queremos que se ofenda, humano. Cuando llegamos a su planeta creímos que ustedes eran, efectivamente, la especie más inteligente, pero hemos visto algunos comportamientos que nos hacen dudar. Mire, este es uno de los casos más conspicuos– y señaló mi auto en la cochera. Y con paciencia de maestra de preescolar, continuaron: –ustedes son una especie que se cree muy lista, pero inventan a veces cosas absurdas, como esto: un aparato que pesa de una a tres toneladas., pero sirve para transportar, generalmente, a una persona que pesa ¡solo 90 kilos! Mover dos toneladas para transportar 90 kilos no es muy inteligente, ¿o sí? Toneladas que requieren ingentes cantidades de energía para su fabricación y después para su desecho o reciclado. Sus autos particulares mueven, cuando mucho, al 20% de las personas en una ciudad, pero cerca del 30% de la superficie urbana está hecha para que estas absurdas máquinas puedan llegar de un lado a otro, lo que consume entre el 20 y 30% del presupuesto público; y que además genera contaminación del aire que ustedes mismos respiran. A eso hay que sumarle los espacios que requieren estos bebés para estacionarse, porque a pesar de su costo, la mayor parte del tiempo estos montones de fierro y plástico permanecen parados.
–Debo decirle, humano, que algunas cosas que vimos desternillaban de risa a nuestro equipo. Como ver bajar de sus autos a personas atléticas para entrar a los gimnasios y se montarse en bicicletas estacionarias… en lugar de usar una bicicleta para viajar. El transporte colectivo, en lugar de verlo como un asunto estratégico, lo ven como un negocio, aunque, aunque su ineficacia limite su uso. Y el transporte no motorizado, el más lógico de todos, vive como extraño en ciudades diseñadas para los autos. Sabemos que hay explicaciones para estos comportamientos, pero escapan a nuestra comprensión. Por eso buscamos a otra especie que los conozca y nos pueda ayudar a entender.
Me quedé callado, mirando con culpa a mi cochera, donde dormía mi auto. No supe en qué momento dieron la vuelta y partieron, silenciosamente.