Qué fácil escurrió el bulto Felipe Calderón cuando le preguntaron sobre la sentencia de 38 años de cárcel a su hombre de confianza, Genaro García Luna: respondió que ante el dilema ético de afrontar o abdicar frente al crimen organizado, él había optado por lo correcto, es decir, por enfrentarlo. No pongo en duda su intención, pero la responsabilidad política no puede circunscribirse a esa virtuosa elección; tiene también que hacerse cargo de la forma en que se procedió y de las consecuencias que produjo. De eso dijo poco o nada en la entrevista, sólo algunas menciones a que se cometieron errores, que hubo limitaciones y deslealtades. Creo que, en este caso, como en otros, los mexicanos merecemos mucho más. Felipe Calderón, y otros presidentes, tienen que hacerse cargo del cómo hacen las cosas y rendir cuentas sobre la forma en que acometen tan delicadas tareas como iniciar una guerra, reformar el sistema de salud o refundar el Poder Judicial.
En el caso de la guerra contra el narcotráfico —como la bautizó en su momento Calderón—, ¿por qué no nos dice nada sobre su elección, para encabezar esta tarea, de un hombre sobre el que existían señalamientos muy serios por la forma en que había procedido al frente de la Agencia Federal de Inteligencia? Dicen ahora los estadunidenses que siempre estuvo trabajando para un cártel. Puede ser, pero nosotros ya sabíamos que no respetaba ni ley ni protocolo alguno. Un hombre que enamoró a otros hombres por su pretendida capacidad operativa, que conjuntaba con su falta de escrúpulos y su acendrado sentido del espectáculo. No olvidemos que García Luna aceptó públicamente haber montado una detención como si de una obra de teatro se tratara. A Calderón se lo advirtieron, en público y en privado. En febrero de 2008 el entonces comisario general de la Policía Federal Preventiva, Javier Herrera Valles, le envió una carta denunciando el desaseo de su secretario de Seguridad Pública. Incluía señalamientos de todo tipo: irregularidades administrativas, actos de corrupción (venta de plazas), denuncias de amiguismo (sus cercanos no pasaban los controles de confianza y aun así eran admitidos), e incompetencia para llevar a cabo las funciones de seguridad que se le encomendaban. Destaco una que a la luz de lo ocurrido resulta escalofriante: narra Herrera Valles que los Operativos Conjuntos tan cacareados se hacían sin ningún tipo de inteligencia previa, que se establecían retenes buscando “blancos de oportunidad” porque carecían de datos, rostros o nombres de los objetivos a detener. Narra que este proceder sin inteligencia tenía consecuencias: a raíz de “patrullajes urbanos y cateos con resultados muy escasos” se incrementaban “de manera alarmante las ejecuciones y la pugna entre cárteles de la droga”. Es decir, las intervenciones eran contraproducentes. Lo que habría de confirmarse cuando conocimos el salto que dio el número de homicidios pasando de 8 por cada 100 habitantes en 2007 a 16, en 2009. No escuchó Calderón, sería bueno que nos explicara por qué.
Las buenas intenciones no resuelven nada ni son un excluyente de responsabilidad. López Obrador quería construir un sistema de salud como el de Dinamarca, pero eso no lo exime de la responsabilidad de haberse equivocado con las fatales consecuencias que tuvo. Nos pueden decir hoy que quieren construir un mejor sistema de justicia pero si por la forma en que han procedido nos condenan a vivir años de enfrentamientos entre poderes también tendrán que responder. Porque el cómo sí importa.