Para terminar el año, pocas cosas como leer el documento que sacó la Casa Blanca (Estrategia de Seguridad Nacional), en el que define la visión del mundo del gobierno de Donald Trump y lo que piensa hacer en el futuro para garantizar su carácter de superpotencia. Es un documento que tiene la virtud de la claridad respecto a cómo nos ve nuestro vecino y socio comercial y, por lo tanto, sobre los márgenes en los que nos podemos mover.
La visión del mundo y del lugar de cada uno. Estados Unidos no se propone ejercer una dominación global y no está dispuesta a permitir que nadie más aspire a hacerlo. Ve un mundo en el que varias potencias regionales tendrán áreas prioritarias de influencia, y Estados Unidos se asigna como área prioritaria y exclusiva al continente americano, por lo que se propone ir sacando todas las influencias que le sean hostiles del área, en concreto chinas y en menor medida rusas e iraníes.
Se plantea en el texto que este ya no es un mundo globalizado en el que la prioridad es la producción de bienes cada vez más baratos y mantener un crecimiento sostenido, sino un mundo donde los sujetos son los Estados-nación compitiendo y defendiendo sus intereses, que en el caso de Estados Unidos define como mantener y expandir su economía, su base industrial y capacidad productiva para asegurar la riqueza que le permita sostener un aparato militar imbatible, así como trabajo y buenos ingresos para sus ciudadanos.
Declaran, también, que los Estados Unidos de Trump se interesaran en los asuntos de los demás países solo en la medida en que vean amenazados sus intereses. Sostienen que mantendrán buenas relaciones con otros países sin tratar de imponerles la democracia como forma de gobierno o valores y prácticas que sean ajenas a sus tradiciones e historia (es un mundo de Estados con intereses y no de ciudadanos con derechos).
Esperan de los países en su área de influencia prioritaria (todo el continente americano) lo siguiente:
Gobiernos que colaboren con ellos contra el narcoterrorismo, los cárteles y otras organizaciones criminales trasnacionales.
Un continente que esté libre de incursiones extranjeras hostiles (a ellos) o que se adueñen de recursos naturales prioritarios, de sitios geográficos estratégicos (Canal de Panamá o Guantánamo) o controlen cadenas de suministro críticas (para ellos).
Se proponen enlistar a los países amigos en el continente e ir cultivando nuevos aliados. De los aliados se espera que los ayuden a detener la migración y las drogas, expandir economías locales y garantizar cadenas de producción vía nearshoring.
Se proponen alentar y premiar a los gobiernos que colaboren con ellos y a los partidos políticos y movimientos que se alinean con su estrategia y sus ideas (aseguran que no van a ignorar o antagonizar con gobiernos que tengan otras ideas, pero que compartan intereses con Estados Unidos y quieran trabajar con ellos).
Quieren que el continente americano tenga gobiernos que sean razonablemente estables y lo suficientemente eficaces como para evitar y prevenir migraciones masivas.
Hay múltiples mensajes para nosotros. Lo central es replantear la relación en esos términos, porque parece ingenuo que sigamos viendo como horizonte de la relación la renovación del T-MEC. Ellos ya no se plantean el comercio como un fin en sí mismo, sino como un elemento más dentro de una batalla por su supervivencia como potencia.
Y en ese escenario, si lo entendemos, tenemos con qué negociar.