SERIE PERIODÍSTICA “POETAS ZAPATISTAS” / CAPÍTULO VII

Anselma Margarito, integrante de la Casa de los Pueblos y Comunidades Indígenas Samir Flores Soberanes (antes sede del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas), toma la palabra durante la mesa de mujeres de los Encuentros de Resistencia y Rebeldía.
La joven otomí inicia su intervención citando unas palabras pronunciadas por la comandanta Esther durante su visita a la Cámara de Diputados el 28 de marzo del 2001: “Nosotras tenemos que luchar más porque como indígenas estamos triplemente despreciadas: Como mujer, como mujer indígena y como mujer pobre, pero las mujeres que no son indígenas también sufren. Por eso las vamos a invitar a todas a que luchen para que ya no sigamos sufriendo. No es cierto que la mujer no sabe, que nada más sirve para estar en la casa. Eso no solo pasa en las comunidades indígenas, sino también en las ciudades”.
Y luego pide a los asistentes ponerse de pie para brindar un aplauso a las comandantas zapatistas del Comité Clandestino Revolucionario Indígena. El auditorio se levanta en ovación.
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Hablar de la rebeldía y resistencia implica hablar de la toma del INPI. Esta acción que para nosotras representó un acto de resistencia y rebeldía como mujeres que somos, para muchos otros individuos, colectivos y organizaciones representó una acción desmedida, acelerada e incluso irresponsable. Nos cuestionaron “¿Cómo podíamos hacerle esto a la Cuarta Transformación? Si este es un gobierno de pueblo, es un gobierno de izquierda, es un gobierno que sí entiende a la gente”.
Nuestra explicación fue sencilla: a partir del 12 de octubre de 2020 tomamos las oficinas del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas no solo para demandar vivienda digna y decorosa, como lo establece el artículo cuarto constitucional, sino para exigir un alto a la guerra en contra de los pueblos zapatistas, un alto a la guerra que se impone a los pueblos y comunidades integrantes del Congreso Nacional Indígena y del Concejo Indígena de Gobierno. Tomamos el INPI también para sacar de ese elefante blanco, al traidor de los pueblos y comunidades indígenas, Adolfo Regino Montes.
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El pasado 5 de septiembre, Día Internacional de las Mujeres Indígenas, bajo las órdenes de la administración saliente de la Alcaldía de Xochimilco y la administración del gobierno central que encabezaba Martí Batres Guadarrama, mientras nos manifestábamos en solidaridad con nuestra compañera Hortensia, defensora comunitaria del pueblo de San Gregorio Atlacomulco, un grupo de choque nos reprimió, nos persiguió, nos retuvo y nos entregó a la policía adscrita a la Secretaría de Seguridad Ciudadana, que por cierto, más de 40 efectivos fueron omisos al ver que estábamos siendo agredidas, agredidos.
Esta represión y criminalización de la lucha social no fue suficiente. Por la tarde noche un numeroso cuerpo de granaderos, nuevamente haciendo uso excesivo de la fuerza pública, reprime nuevamente a quienes se encontraban exigiendo nuestra libertad en la fiscalía de Tlalpan. Como mujeres que somos, eso nunca les importó.
Nos criminalizaron y nos abrieron carpetas de investigación por el solo hecho de ser solidarias, ser mujeres, ser indígenas y ser pobres. Nos imputaron delitos por resistencia a particulares, motín y lesiones, además de robarnos identificaciones, equipo profesional como cámaras fotográficas, celulares, con el fin de que las y los comunicadores no pudieran difundir.
Hoy toca Clara Brugada, jefa de Gobierno de la Ciudad de México y a la flamante recién electa Berta María Alcalde Luján, fiscal general de Justicia de la Ciudad de México, resolver nuestra situación y sentar un precedente de que la lucha social que sostenemos las mujeres en el campo, como en la ciudad, en los pueblos y comunidades indígenas, no se criminaliza, no se judicializa.
A cuatro años de la toma del INPI, nada ha cambiado. Como mujeres que somos, seguimos en resistencia y rebeldía. En cambio, denunciamos que el actual régimen ha aplicado una política de contrainsurgencia o de desarticulación y cooptación contra todo aquel movimiento que no aplaude a la Cuarta Transformación, sobre todo cuando se trata de la lucha de mujeres, especialmente cuando provienen de un pueblo originario, comunidad indígena residente y o barrial, autogestiva, autónoma o que simplemente no le sirva al capitalista, al capitalismo racista y patriarcal.
Su apuesta es que los movimientos, nuestras identidades y luchas sean entonces folclorizados, institucionalizados y cooptados. Solo así se explica el triunfo de la actual capataza con A mayúscula. Su discurso con el que pretende convencernos, es que sí llegaron todas. Sí, todas las bien portadas, todas las que dejaron la lucha de las calles, todas las que posan para la foto, todas las que ahora forman parte del progresismo feminista de la Cuarta Transformación y todas las pertenecientes a la clase política, dueñas también del poder y del dinero.
A Claudia Sheinbaum se le olvida que no llegaron las mujeres indígenas, que no llegaron las mujeres desaparecidas, que no llegaron las mujeres asesinadas, que no llegaron las mujeres presas políticas, que no llegaron las mujeres ausentes por feminicidio, las mujeres periodistas asesinadas, las niñas robadas, secuestradas y violadas, que no llegaron las otras, que no llegaron las mujeres migrantes, que no llegaron las madres buscadoras, que no llegaron las mujeres indígenas otomíes, que no llegaron las mujeres que luchan y resisten en los pueblos originarios y comunidades indígenas y en la ciudad.
En el ámbito local y federal, como mujeres que somos, solo miramos cómo se incrementa la guerra, el despojo, la militarización, la contrainsurgencia, la impunidad con la que opera el crimen organizado y desorganizado, la persecución, el encarcelamiento, las desapariciones forzadas, los feminicidios y el asesinato en contra de las y los defensores de la madre tierra, el territorio, el agua y la vida.
En contraste con esta guerra capitalista, la Cuarta Transformación habla de pagar una deuda histórica con los pueblos indígenas. Celebran y festejan la mal llamada reforma constitucional en materia de asuntos indígenas. Esta reforma reconoce a los pueblos indígenas como sujetos de derecho público, pero al mismo tiempo se los niegan, jamás van a reconocer sus derechos territoriales, su autonomía, su autonomía y libre determinación de los pueblos, su patrimonio cultural intangible, su medicina tradicional, sus usos, costumbres y tradiciones y mucho menos van a reconocer sus formas de gobierno.
Esta simulación hecha gobierno, contrasta con el escenario de guerra que viven los pueblos indígenas de Chiapas, Guerrero, Michoacán, Jalisco, Morelos, Puebla, Oaxaca, Nayarit, Durango, Chihuahua, La Montaña Alta y Baja de Guerrero, La Frontera, Comalapa, Soconusco, Aquila, Santa María Ostula, Cherán, Pueblos Unidos de la Región Choluteca, San Gregorio Atlacomulco en Xochimilco y la comunidad indígena otomí residente en la Ciudad de México, mayoritariamente todos pertenecientes al Congreso Nacional Indígena y Concejo Indígena de Gobierno.
Como mujeres de lucha que somos, aquí reiteramos que nosotras no entregamos el bastón de mando a la capataz Claudia Sheinbaum, por tanto, no nos representa. No nos representa una mujer que también criminaliza, que también desprecia, que también reprime. En cambio, nosotros desde aquí hacemos un reconocimiento a las mujeres que luchan, resisten y se organizan contra la guerra y a la imposición de un sistema capitalista y patriarcal.