Caminata por Piedra Virgen

Ciudad de México /

Bartolo llevaba caminando media hora entre veredas que aparecían y desaparecían en las montañas lluviosas de la Sierra Sur de Oaxaca. El agua formaba charcos de lodo burlados con naturalidad por el campesino indígena de esa región Loxicha.

Fuera de las ciudades, la naturaleza, la geografía y el clima tienen una mayor capacidad de impacto en eso que llamamos el alma. ESPECIAL

Hacía calor en medio de la interminable llovizna que resbalaba sobre techos de tejamil de casas desperdigadas en la comunidad de Piedra Virgen.

-¿Hay aquí muertes por falta de alimento?

- No. Nosotros conseguimos maíz.

- ¿De qué muere la gente en Piedra Virgen?

- Aquí lo que tenemos son enfermedades naturales.

- ¿Cómo cuáles enfermedades naturales?

- Como la diarrea, la calentura y la gripa…

Bartolo era el encargado de salud de la comunidad loxicha de Piedra Virgen. Lo recuerdo siempre caminando. Aumentaba todavía más el paso con la intención de que los recién llegados conociéramos a bebés de cinco meses que roncaban cuando respiraban y a niños tan débiles que no podían ponerse en pie por su cuenta.

Fuera de las ciudades, la naturaleza, la geografía y el clima tienen una mayor capacidad de impacto en eso que llamamos el alma. ESPECIAL

Bartolo, además de zapoteco, su lengua originaria, hablaba español. Su labor consistía en recibir cada mes al médico que iba de Miahuatlán –cuando iba- a esa alejada comunidad indígena de Oaxaca, que de tan lejana ni siquiera era censada en estudios oficiales sobre la marginación.

Bartolo iba recorriendo el horizonte de la serranía y el de esos abismos repentinos que aparecían inconmensurables durante la caminata. Fuera de las ciudades, la naturaleza, la geografía y el clima, tienen una mayor capacidad de impacto en eso que llamamos el alma. El horizonte, que está oculto entre los edificios de las ciudades, en la montaña es inmenso, inabarcable y, al mismo tiempo, casi palpable.

Pero el horizonte que perseguía Bartolo en Los Loxicha era otro: un horizonte de hambre que rondaba esas majestuosas montañas; no el del esplendor que se ofrecía a la vista de los caminantes urbanos.

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Una helada o “contratiempo”, como decía Bartolo, había arrasado con las siembras de maíz que habían hecho en Piedra Virgen para alimentarse en aquella ocasión que fuimos. Una vez que se quedaron sin alimento, como en la mayoría de las ocasiones, los pobladores se las ingeniaron para conseguir maíz comprándolo en las tiendas oficiales o recibiéndolo de líderes del PRI a cambio de entregarles sus credenciales de elector.

“El maíz no nos alcanza. Cada vez es mayor lo que cuesta y nuestra economía es menor”, explicaba Bartolo, con un intrincado español. Además de comer el maíz, los hombres y mujeres de Piedra Virgen recogían yerbas amargas del suelo para que sus estómagos no estuvieran vacíos. Chepil, yerbamora y quelite recolectadas y cocidas después en vasijas con cilantro y sal.

A la dieta forzada, aquel lluvioso mes de junio, les aportaba a Los Loxicha la posibilidad de comer hormigas gigantes de color oscuro conocidas “Chicatanas”, envueltas en tortillas y masticadas con sal como auténticos manjares crocantes.

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En El Aguacate, una comunidad loxicha a cuatro horas de camino a pie de Piedra Virgen, había una tienda de Diconsa. Inés Luis José, la indígena responsable de atenderla decía que cada vez era mayor la molestia en la región. “La gente me dice qué por qué estoy subiendo los precios, pero yo les digo que así me lo mandan. El aceite, el fríjol y el maíz, que es lo que se come aquí, ha subido mucho el precio. El aceite llegaba en 13 pesos, luego en 16, después en 20 y ahora llegó en 25. El fríjol ahora subió a 9.50 y estaba en 7 pesos”, relataba, mientras atendía a Hilario, un anciano que embolsaba los 50 kilos de maíz que acababa de comprar.

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“Ah –se acordaba- y los supervisores nos dijeron que tuvieron una junta y que así iban a estar los precios, que porque casi no hay maíz ni fríjol. Nos dijeron también que no podemos vender más de 50 kilos por persona, porque va a haber los que quieren comprar mucho para venderlo más caro después”.

Todos los productos que se consumían en la región habían subido de precio. El único de estos alimentos que seguía costando más o menos lo mismo era la sopa Maruchan que también vendía la tienda Diconsa. “Pero esas las compran las más de las veces los soldados”, decía.

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Un 28 de agosto de 1996, por ahí abajo de Los Loxicha, en el puerto turístico de La Crucecita, Huatulco, el Ejército Popular Revolucionario (EPR) hizo su aparición en Oaxaca. Uno de sus comandos atacó un cuartel de marinos de la VI Región Naval Militar, además de otros puntos oficiales. En los ataques hubo doce muertos, la mayoría marinos y policías judiciales.

También murieron dos guerrilleros. Uno de ellos quedó tendido y fue reconocido por las autoridades como Fidel Martínez Martínez, regidor del municipio de San Agustín Loxicha. Dos semanas después el Ejército arribó a San Agustín Loxicha, y de ahí no fue nunca.

Frente a la presidencia municipal, una docena de soldados permanecían apostados, resguardándose como podían de una llovizna de junio que acarreaba el horizonte montañoso.

Centenares de encarcelamientos, asesinatos, desplazamientos forzados y desapariciones vinieron sucediendo desde entonces. En Piedra Virgen y el resto de las comunidades de Los Loxicha, los indígenas zapotecos mejor callaban ante el asunto. Parecía que tenían cosas más importantes de qué hablar por ahora. Héroes –y villanos- por venir, permanecían ocultos.

Me enteré hace apenas unas semanas que Bartolo murió.

Recuerdo ahora que uno de sus mayores orgullos en la vida era su nieto Elvis, quien había logrado convertirse en adolescente en medio de aquel páramo montañés de hambre y represión.

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