Chismes neoyorquinos

Ciudad de México /

A) Un viejo vive en un abismo de Nueva York (no el distrito financiero, en otro cerca del Bronx). Conoce a una joven cocinera del Barrio Chino. Se acuestan. Por la mañana no hay abismo. 

B) Unas señoras españolas entrando a un café de Lexington Avenue completamente vacío el sábado a las siete de la mañana. Platican si hoy va a salir el sol o no, y que, dependiendo de ello, irán —o no— a caminar por Central Park. Una quiere subirse a una calandria, la otra piensa que eso es ridículo pero no lo dice. Hablan ahora de Javier Cercas y su polémica con Arcadi Espada sobre lo que es una novela y lo que es una crónica. La ficción y la realidad, como siempre, causando conflictos. La que propuso el paseo en calandria piensa que es ridículo hablar de novela y crónica en una ciudad con tantas opciones para divertirse como Nueva York. Además, Cercas y Espada le son igualmente patéticos. Ella prefiere la literatura anglosajona que la hispana. La literatura hispana le da pena. Como quiera, hablar de tales temas en vacaciones le parece un absurdo. Pero nada más lo piensa. No se lo dice a su amiga, la otra señora española, probablemente nacida en Binéfar, o sea aragonesa de cepa. Hablan veinticuatro minutos de la novela y la crónica. Dicen puras vaguedades. No llegan a nada. Ahora están hablando del amor. Se cuentan durante la siguiente hora y media sus respectivas historias, las cuales ambas ya se conocen muy bien, pero no al cansancio, como parece verse, porque ahora sí están emocionadas —en realidad emocionadas— contando detalles de su caso, escuchando cada una el relato de la otra. Ya es mediodía. Comienza a llover en Nueva York.

C) Un escritor becado que no es de Nuevo León y que escribe en Nueva York la historia de los escritores de Nuevo León que han usado la palabra cabrito en su obra, dice que tiene problemas existenciales.

D) Otro escritor —también becado, pero de izquierdas— escribe en Nueva York un ensayo crítico del por qué los meseros mexicanos responden “mande” en lugar de “qué” cuando les llaman por su nombre. El borrador tiene tufos —digo tufos porque los guiños no están bien logrados— de David Foster Wallace.

E) La mesera ecuatoriana del Salón México, en Roosevelt Avenue, rió al ver que Nueva York se miró a sí misma oyendo el vallenato de Los Diablitos un día después del 4 de julio. Esto antes de los tiempos trumpianos.

F) Un pelirrojo bonachón lee Los Diarios de Turner en el rincón más oscuro del Starbucks del Empire State. Tic, tac. Comienza la cuenta regresiva.


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