Ahora el Atlántico es una inmensa sombra que, vista desde arriba y recorrida a una velocidad no moderada, durante horas se prolonga tan incógnita como ciertamente majestuosa, aislada del palabrerío ensordecedor que en cada una de sus grandes orillas domina la vida política actual.
Por un momento parece anularse el arraigado racismo neocolonial, los nacionalismos de pacotilla y la guerra lenta, pero mortífera y dolorosa, que padece la humanidad, en medio de pandemias y gobiernos ridículamente ejemplares de nuestra decadencia, como por ejemplo Jair Bolsonaro en un continente y Boris Johnson en el otro.
Viajar en estos tiempos no solo es huir de algo o una forma de evadir una realidad que es global, o sea, sistémica: puede ser supervivencia o un intento de buscar perspectivas diferentes para entender y confrontar la crisis, a través de la meditación que da la soledad distante y de encuentros con otras miradas que tampoco aceptan la destrucción como destino.
Resistencia y rebeldía, nos han enseñado luchas como la zapatista, se forjan en silencio. ¿Cómo en este silencio atlántico que de repente se vuelve esclarecedor y nítido?
En medio de la nada hay algo que se aclara: el mundo colapsa ante la sed individual de ganancia máxima, el afán depredador del modelo económico vigente que lo alienta y la hipocresía política que lo encubre.
Lo que es imposible escuchar desde aquí, lo que no alcanza a transmitir la imponente sombra oceánica presenciada, es el ir y venir incesante, terco, casi energético de las olas que navegan de norte a sur, o en cualquier dirección cardinal, sobre los mares que las anidan y reprimen a la vez.
Como esas olas imagino a quienes luchan: moviéndose a cierto compás que parece marcado por el destino, entre aves remotas, soles intransigentes y lunas caprichosas, hasta que llega el momento de avistar una costa, un barco, Moby Dick, una montaña... Y es entonces cuando pasa algo, cuando al fin sucede la cosa.
Pues bien, estoy aquí ahora cruzando el Atlántico de nuevo, siguiendo la encomienda de tratar de descifrar algo, de entender el significado más profundo de una travesía, pero también de andar la niebla, esa niebla que a veces surge tanto en el mar como en la tierra y que anuncia mucho más que lo que oculta.
Diego Enrique Osorno
deo@detective.org.mx