1
Apenas empezamos a ser otros la trampa se llama Lisboa un mar o una tierra fado jamás aunque a veces polka dormidos rayados locos la violenta nostalgia en la bruma mientras caminan viejecitas tristes y en la Rua Augusta bailan “come chocolate come chocolate” ciegos estúpidos bajo las lunas una llovizna del diablo llueve a esta hora llena de perros palúdicos seguimos siendo los otros y caemos desvanecidos despertamos el tranvía se ha detenido va para todos los sitios y tú y yo lo esperamos en todos los sitios.
2
Espejos un destrozo síncope de sueños la tarde como infinito Figueiras rumbo hacia otro rumbo desfigurado estoy aquí sin paz la paz no existió espejos de nuevo los espejos y soy el de enfrente enredando laberintos espejos otra vez los espejos no hay prisión pero no puedo salir miro hacia allá y allá no hay nada.
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Marineros muertos ante las tinieblas de un océano inmenso atiborrado hasta el horizonte de gatas nocturnas nacidas en Cascáis está sucediendo todo lo imposible en esa fracción del tiempo en la que a la vez simultáneamente Joao mira desde la Plaza Figueiras montado en caballo imperial el atlante sumergido en el fondo del abismo del fondo de los abismos las mujeres con caderas estrechas y bellos ojos de hombre comen sardinas asadas en un comal incautado en el puerto a un barco americano llenos están los cafés de gente como Ricardo Reis como Álvaro de Campos como Bernardo Soares como Alberto Caeiro pero Fernando Pessoa nunca existió y hay sombras de lo que no fue que lo hacen ser aunque sea por única vez para los turistas que se sientan en el mármol del Café Brasileira con la intención de mirar Lisboa pero Lisboa tampoco existe y sólo queda el Barrio Alto que guarda tantos martirios y tantas fiestas pendientes en la tienda de antigüedades venden la vida por 150 euros (148 dólares) al mes una joven con la piel averiada por el sereno y la borrachera dice donde queda el quinto imperio portugués y te besa las mejillas mientras duermes la siesta de la tarde para siempre para siempre verdad que para siempre.
3
En la plaza Figueiras esperando algo sin saberlo Joao monta un caballo entre palomas cagonas música de antes oyen a todo volumen todos los que la oyen por sapiencia sabemos de la vida hace falta vivirla sin embargo aunque sea lo que dura este momento Joao monta un caballo entre palomas cagonas esperando algo sin saberlo en la plaza Figueiras.
8
Carcomidos por el mundo hechos trizas en el día ríos caudalosos pero secos tonadas descompuestas nos desconocemos mirándonos unas miradas.
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Estas tristezas reunidas ante mi dios del día aquí me hallan lo vigilan todo cada paso que doy pero sobre todo cada paso que quiero dar pienso que me han apresado estoy apresado eso lo sé bamboleo una barca de mar navega en un río atenido a más tristezas tendría que aguardarme o ser otra cosa.
Años de haberlo sabido todo siglos de la ignorancia total es la suma de todo nada es todo yo soy nada (todos somos nada) y estoy siendo todo mientras bebo café carioca. Amígdalas para ti. El corazón se me ha encogido antes de verlo, unos ojos cerrándose como puertas que nadie abre nunca (ni siquiera los espíritus) pero quizá esta hoja en blanco es una bola de cristal. Tengo también los brazos a punto de ser invisibles, desaparecidos dicen los horóscopos anotados en la pared enfrente. Entre la oscuridad de los velorios donde duermo hay una mujer que no está muerta, que no se ha hecho sueño, que me ve. Salgo al balcón y la veo. Afuera llueve lo suficiente para saber cuándo resucitaremos.
La vigilia
I
Es mi hora, mi rancho, mi borrachera, mi soledad. Un muerto se levanta. Poca luz por todos los horizontes. Sueño un sueño muy ajeno y confuso donde hay pájaros dormidos de madrugada que en mi garganta rota, cierran sus alas para siempre.
II
Acepto la vida a esta hora porque no me queda más. Hay ojos por todos lados, centinelas absortos esperando algo. Igual estoy yo.
III
A las once de la noche hacía frío aquí y capricornio era el cielo. Puede ser que el final se acerca o simplemente, ya finalizó todo y no me he dado cuenta.
IV
Llamo por el teléfono de mi soledad a un alma cosida con sangre de palomas negras volando. Marco el número que llevas impreso en todos lados: la huella, esa condena.
VI
Te he dicho algunas veces lo mal que están las noches sin ti. Te he dicho cuánta cursilería de amor por acá, cuánto insomnio al dormir, cuánta soledad repetida, cuánto pavor de niño, cuánto abandono. Te he dicho que te tengo miedo, que eres como los ojos de un búho; te he dicho lo descompuesta que tengo la vida, que faltas, que todo lo odio.
VII
Tus manos son la creación de un mundo bueno, añorada realidad entre miles de quimeras, el primogénito de los dioses, la misma cosa siempre, los gallos del sereno, las madrugadas sexuales, amasijo de lodo con sol, catalinas rebeldes, el punto final de mis inútiles escritos.
VIII
Convendría suicidarse un día. Aventar el alma, sacudirse la vida. Convendría morir de un infarto o de una bala perdida, en el momento más necesario irse, no saber nada ya de estos días lluviosos. Ser manjar de gusanos, caviar de tristezas.
IX
Sin escribir de algo en especial puedo deslumbrar este foco apagado, esta inquietante marejada de nubes negras que me pasan por la cara para confundirme brutalmente. Quisiera tener la palabra precisa para cada cosa, para cada dolor, para cada muerte que voy teniendo. Decir en una sola palabra: “Esta es la muerte definitiva, ya me chingué, de ésta no me salvo ya”. No quedarme callado.
X
¿Quién sostiene el arcoíris?, ¿dónde reclamo mis errores?, ¿cuántos animales he sido?, ¿habrá recuerdos de la vida en la muerte?, ¿de qué está hecho Dios?, ¿por dónde van los días?, ¿qué sueña la luna mientras no está?, ¿cuáles son las iniciales del futuro?