Entre la tripulación del Stahlratte, junto Ette, Carl, Gaby y Ludwig, está Edwin, quien además de ser el único marinero no alemán, es el más joven. El joven de Cartagena de Indias llegó hace cuatro años a bordo.
“Me gusta andar aquí y, más que todo, hacer travesías como esta, que sería ahora mi primera vez de cruzar el Atlántico, nunca antes lo había hecho. He andado por aquí en el Caribe, pero no he salido de aquí, aunque ahora en el viaje ando con los zapatistas”.
¿Qué te parece la experiencia?
No conozco mucho de los zapatistas pero bueno, hasta donde he escuchado, los he escuchado a ellos, parece que están muy convencidos de todo lo que quieren hacer. Me gusta lo que están haciendo y lo que me han platicado ahora.
¿Puedes platicar un poco de tu experiencia previa en el barco?
Bueno, el Stahlratte en español es la rata de acero. Para mí ha sido una bonita experiencia. No es un barco con un capitán de esos gruñones ni nada por el estilo. El capitán es muy amable y siempre se está riendo, toda la tripulación que viene siempre estamos en un ambiente familiar y el barco, pues bueno, es un motor de 300 caballos. La embarcación ya tiene 115 años, yo soy un trocito, solamente 4 años aquí (risas).
¿Cómo fueron tus primeros días en el barco?
Mi primera experiencia en barco fue de mucho vómito. Todo lo que comía, en menos de un minuto ya estaba en la borda vomitándolo y tenía que subir las velas, seguir en el trabajo, hacer las cosas, pero siempre que hacía algo, corría afuera, subía las velas, iba a la cocina y al rato, otra vez afuera a vomitar. Todo fue así y ahí fue cuando me fui acostumbrando.
“Al principio, el capitán me pregunta que si quiero seguir o no, porque me vio muy maltratado ya por el mar, pero igual siempre seguía ahí y no me retiré y aquí estoy todavía”.
¿Cuáles fueron tus primeros viajes?
Bueno, lo que hizo que me acostumbrara más que todo fue que cuando llegamos a las Islas de San Blas, que eran muy bonitas y ya sabía que tenía que regresar ahí. Providencia también, tampoco lo conocía y ahí seguí. En el primer viaje regresamos de Providencia a San Blas, Panamá y luego otra vez a Cartagena pero después había otro viaje a Jamaica, luego a México, Cuba… entonces, me parecía muy bonito todo. Vamos a conocer un poco y a ver si me gusta y puedo seguir y así fue. Seguí navegando. Ahora estoy en Cuba y ya estamos en camino hacia España.
¿Y el proceso de adaptación y aprendizaje?
Eso va pasando en cuanto ya tienes tiempo en la embarcación. Te vas acostumbrando y descubres la habilidad de subir y esas cosas. También te las propones tú mismo: hacer esto y demás. Yo puedo hacer muchas cosas porque aquí ninguno se atreve a hacer eso en movimiento, de subir a alzar velas. O no lo hacen igual, ya que como yo soy el más joven. No me he limitado a hacer cosas. Si creo que puedo hacerlas las hago y así, a seguirlas haciendo.
¿Qué cosas te gusta hacer en el barco?
Siempre me ha gustado pescar. Antes de empezar aquí también andaba en una lancha pescando en las orillas de Cartagena, pero aquí, cuando veníamos de camino ahora de México, en María la Gorda, ya llegando a Cuba, ya entrando ahí sacamos una morena, bueno, fue una lucha también. Estuve allá abajo media hora peleando con ella para poder sacarla, pero y al final se nos dañó por lo de la luz y tocó mejor regresarla otra vez al mar. No era cualquier morena. Tenía como un metro y medio y mucha fuerza.
¿Tu familia es marinera?
No, ninguno. Todos son albañiles.
¿Y cómo se dio esta conexión tuya con el mar?
Conociendo al capitán. Un día él llegó ahí a Cartagena, porque vive cerca de mi casa y me dijo que si quería que lo ayudara un poco y después vine a la embarcación, me gustó y le pedí que si me podía quedar una noche y él me dijo que: ‘ah, bueno, si tú quieres y me quedé y ya otra vez al día siguiente me preguntó lo mismo, y otra vez me quedé y así seguí y ahora tengo casi 4 años aquí.