Fin de la odisea cubana

Ciudad de México /

Al cabo de un tiempo de su llegada a Cuba, el comando de la Liga de los Comunistas Armados recibió con emoción una operación realizada por las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP), un grupo creado en Sonora que secuestró al cónsul de EU en Guadalajara y a cambio de su liberación exigió la de 30 guerrilleros detenidos, quienes fueron sacados de la cárcel y trasladados en avión a La Habana.

Los 30, como se les llamó en La Habana a aquellos recién llegados, eran presos de diversos grupos que habían sido liberados y trasladados a la isla con el fin de celebrar ahí un cónclave que permitiera unificar en una sola organización a todos los grupos clandestinos que se habían alzado en armas contra el régimen del PRI.

Para ello se realizaron diversas reuniones durante varios días, en las cuales participó el comando de la Liga de los Comunistas Armados con los representantes de los otros grupos, sin llegar a un acuerdo sólido y teniendo además un problema puntual: que el gobierno cubano no les daba permiso para que volvieran al país, ya que había un acuerdo con el entonces presidente Luis Echeverría, para mantenerlos en la isla y evitar que regresaran al país a realizar labores subversivas.

“Cuando llegaron Los 30 a La Habana, —relata Alberto Sánchez— Fidel los recibió un par de minutos y después nunca más los vio. Toda la comunicación restante fue con Manuel Piñeiro, alias Barbaroja, comandante encargado de la seguridad cubana y de las operaciones internacionales, pero no dieron ningún apoyo, y en cambio sí veíamos que todo el mundo estaba recibiendo ahí entrenamiento militar: nicaragüenses, argentinos, africanos, argelinos y vietnamitas, pero a nosotros los mexicanos nos ponían a estudiar”.

—¿No recibieron ningún apoyo?

—Jamás. No existió eso, es una mentira si alguien lo dice. Nosotros éramos como apestados, incómodos. Recuerdo que un enero fue Brezhnev y fuimos arrestados durante su visita. ¿Por qué? Porque nosotros como Liga de los Comunistas Armados considerábamos que la Unión Soviética era imperialista; luego vino una delegación comercial argentina y fuimos arrestados de nuevo…

—¿A qué tipo de arresto te

refieres? 

—Fuimos limitados en el movimiento, arrestados en el domicilio donde vivíamos. Luego vino Luis Echeverría y se le hizo una recepción de esas de masa: dos millones de personas con banderitas mexicanas y fue recibido como un revolucionario, como si fuera presidente de un país socialista, y fuimos arrestados también. Fuimos sacados de La Habana.

Aquella visita de Echeverría fue en 1975 y nosotros estuvimos 15 días arrestados. Luego, otras tres, cuatro, veces fuimos detenidos; sin explicación y sin nada más llegaban hombres armados y no te puedes resistir, te encierran en una casa de seguridad y siempre nos negaron la salida.

Finalmente, después de presionar mucho, el embajador mexicano, Edmundo Flores, nos dijo que había llegado a un acuerdo el gobierno de Echeverría con el Partido Comunista de que nos iban a entregar un pasaporte a nuestro nombre para viajar a un solo país y tenía que ser un país socialista. ¿A un país socialista? Sin duda era una propuesta engañosa, era ir de Guatemala a Guatepeor. ¿Hungría o Rusia? Casi parecía una burla. Obviamente no aceptamos y menos irnos con nuestros nombres, ya que aún teníamos órdenes por el delito de secuestro, que era sancionado internacionalmente y nos podían detener en cualquier lado.

—¿Qué hicieron entonces?

—Nosotros queríamos salir con pasaportes falsificados nuestros y largarnos en condiciones de seguridad armadas por nosotros. No teníamos problema, porque también clandestinamente pudimos establecer comunicación en México, a pesar de las restricciones y del control que teníamos en todos los sentidos.

—¿Y los demás guerrilleros?

—Se dio la división, porque todos los otros grupos que no se unificaron entre ellos aceptaron que Cuba tenía razón, que tenían sus razones de seguridad y que aceptaban su condición. Entonces se quedaron ahí a engordar y hacer familia. Nosotros insistimos en seguir, hicimos una escuela de cuadros y todo, y seguimos en una actividad política interna, intensa, unificados, muy unidos y siempre insistiendo y peleando con los cubanos para que nos dejaran salir. Finalmente aceptaron que hiciéramos nuestros pasaportes y a través de vías clandestinas logramos tener pasaportes falsificados.

—¿Cómo fue ese proceso?

—Ellos dijeron, ‘rellénalos para verlos’, y nosotros les dijimos que ni estaban en la casa ni los iban a encontrar, porque los teníamos bien clavados y no se los íbamos a dar. Finalmente lo aceptaron, entonces hicimos un plan para que saliéramos los 12 que ya nos habíamos organizado, poco a poco, pero solo alcanzamos a salir cinco y los demás tuvieron que esperarse hasta una amnistía que hubo años después.

—¿A dónde salieron los primeros cinco?

—Teníamos una serie de encomiendas en Europa. Algunos en España, otros en Praga y otros Italia.

—¿Cómo fue tu salida?

—Yo salí por España para dirigirme a Italia, otros amigos entraron por Praga y otros intentaron entrar a México, pero ocurrió que precisamente en el momento que estábamos dando la salida era cuando la Liga Comunista 26 de septiembre se disolvió porque eliminaron a la Dirección Nacional, entonces quedaron grupitos y uno de los grupos que quedó unificado por la parte militar de México se llamó la Brigada Roja, y se asumieron ellos como Liga; otros grupos se dedicaron al estudio, otros a la lucha armada y nosotros nos quedamos en el aire.

Los que llegamos a Italia comenzamos una militancia con la izquierda italiana; lo que posteriormente llegaría a ser Refundación Comunista en esos momentos era Democracia Proletaria, entonces hicimos revistas teóricas, nos metimos en la discusión de la política de izquierda italiana; después yo pasé a la militancia con las comisiones obreras, estuve en Milán, militando con la izquierda, militando con los sindicatos italianos y con la política italiana directamente…

***

En su estancia en Cuba, Alberto conoció a Hilda Guevara, hija del Che Guevara en su primer matrimonio celebrado en México. Se enamoraron y al poco tiempo tuvieron un hijo, al que nombraron Canek, mi entrañable y admirado amigo Canek. Canek Sánchez Guevara e Hilda acompañaron a Alberto en su salida de la isla. Ambos obtuvieron otras identidades para acompañar la odisea guerrillera del joven de Monterrey que, al igual que sus otros compañeros, viviría una serie de aventuras y desventuras en el continente europeo. Historias que en su momento se relatarán. 

Diego Enrique Osorno


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