Cuando cae la noche, una pareja de amantes sube a la terraza de un edificio a romancear mientras contempla la vista panorámica de una ciudad árabe vapuleada por la plaga de la guerra en los años recientes. Ella no suelta su narguille, él, algo nervioso, farfulla en medio de los sonidos nebulosos que emanan de la urbe.
—Mira el cielo, qué hermoso.
—Pronto lloverá—contesta ella con seguridad.
—Alabado sea Dios —esponde él.
Tras un breve silencio, de fondo se escuchan disparos constantes de metralleta; él baja la vista levemente para luego ignorar la estridencia.
—Lloverá sobre nosotros .
—Deja que llueva —comenta ella, para luego preguntar (y preguntarse): “¿Hay algo más hermoso que la lluvia?”
El sonido de las balas vuelve a escucharse de fondo. Él se pone tenso, ella no suelta su narguille y luce contenta.
Después, ambos permanecen un rato así: mirándose a veces a los ojos, otras mirando la estampa nocturna de la ciudad, pero escuchando siempre un bullicio del que emana a la distancia una balacera tras otra.
—¡Salud! —propone él en algún momento.
—A tu corazón —responde ella.
Un rato después dejan la terraza y entran a sus aposentos: el joven se cambia de ropa y sale al alba a llamar a los demás vecinos del barrio para la oración especial que se debe celebrar ese día.
Esta es una de las viñetas humanas que conforman la gran historia de Medio Oriente contada por el director italiano Gianfranco Rossi, en su documental Notturno, filmado durante tres años en las fronteras entre Líbano, Siria, Irak y Kurdistán.
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Otra de las viñetas del filme muestra a un grupo de mujeres kurdas visitando las ruinas de una prisión donde murieron torturados y asesinados sus familiares. Caminan por patios, pasillos y celdas, hasta que una de ellas se detiene en un lugar y empieza a hablar con una voz que a la vez parece un canto: “Mi hijo, siento tu presencia en estas ventanas, en estas paredes. Dios decidió que tuve que vivir sin ti. El estado turco ha tenido la culpa, no han tenido piedad, han sido despiadados. ¿Por qué me dejaste sola con tus hijos? Mi hijo, esta prisión era para los malvados y tú eras bueno. Puedo sentir tu presencia en esta habitación, te siento como si aún estuvieras en mi pecho y en mi vientre. Le agradezco a Dios. ¿Qué ha hecho Dios?”
Niños refugiados sirios recuerdan en otra viñeta el momento en que su ciudad, Raqqa, fue ocupada por el Estado Islámico, provocando un régimen de terror por años, el cual es plasmado en una serie de dibujos infantiles conmovedores y desoladores donde la crueldad es reflejada de manera directa con decapitaciones y otros tormentos.
En un hospital psiquiátrico de la misma zona, Rosi mira con su cámara a un grupo de internos que ensayan una obra de teatro en la que se retoman los días de combates e invasión padecidos. Cada diálogo, cada escena de esta puesta (la de la obra del teatro, así como la del mismo documental), nos recrea el sufrimiento humano en esta región del mundo.
Aunque no sabemos nunca con precisión exacta la ubicación de los pueblos y ciudades, entendemos que esta es una historia árabe.
Por cierto, la única bandera que aparece en el filme es la de EU, ondeando en unos tanques de guerra conducidos por unos despistados soldados americanos.
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Soldados árabes entrenando al alba, un joven cazador furtivo de pájaros que aplaca así el hambre de su madre y sus hermanos pequeños, militares acechando y cuidando territorios inescrutables, caballos desbocados a toda velocidad en la madrugada de alguna aldea, terroristas presos en una cárcel…
En Notturno, todo es tan salvaje, tan inhumano, tan decadente, tan agresivo pero como la forma de presentarlo por Rossi es a través de una mirada impresionista, con registros que a veces parecen más de un pintor que de un investigador, la sensación que provoca su película es contradictoria y es posible que abra de nuevo la pregunta sobre si es posible y deseable o no embellecer el dolor.
Más allá del viejo e importante debate entre ética y estética (¿Qué importa más en un trabajo documental: lo que se mira o cómo se mira?), la fotografía hecha por el mismo Rossi es hermosamente incómoda.
No puedo sacarme aún de la cabeza los pozos petroleros al fondo del lago donde el joven cazador se mueve. Pozos petroleros inquietantes que iluminan con sus llamas la noche incipiente y plácida que cae en alguna frontera árabe.
Agua en primer plano y fuego a lo lejos en medio de la oscuridad que va cubriéndolo todo crean una de estas atmósferas hermosas e incómodas.
No creo que Rossi esté buscando la belleza en sí misma con estos planos: me parece que busca un misterio, quizá el misterio de la vitalidad que aún prevalece en estas zonas del mundo donde una u otra calamidad —llámese ISIS, EU, Sadam, Rusia, Europa— viene regularmente a tratar de destruirlo todo, pero aún así, el mundo árabe —o sea nosotros, la humanidad— resiste y existe.
Por eso creo que Notturno es una película sentimental, pero no melodramática (aunque lo roza el momento de la madre encontrando al espíritu de su hijo en la cárcel abandonada). Es sentimental porque en cada momento se siente la presencia del director ahí. La cámara no se ve, por supuesto, pero no es invisible. A menudo uno se pregunta más cosas de lo que podría estar pasando detrás de la cámara que de lo que ésta nos deja ver.
La noche me asusta mucho, dice un niño atormentado todavía por las pesadillas de la guerra que vivió. Así es, la noche nos asusta mucho.