Escribir desde la nada, para las tres hijas y el hijo de Samir Flores, las buscadoras de Sonora y Coahuila, los cuarenta migrantes fallecidos en la estación de Ciudad Juárez, las familias de cuarenta y tres estudiantes de Ayotzinapa, los pueblos desplazados de Chiapas, la gente de a pie en medio de la violencia de Culiacán, Guanajuato, Chilpancingo y Fresnillo, los manifestantes desalojados por la Marina en Mogoñé Viejo, las Abejas de Acteal, el exilio de Lydia Cacho Ribeiro y Omar Gómez Trejo, la comunidad otomí residente en Ciudad de México, las morras asesinadas en Monterreyna, la Guardia Comunal de Santa María Ostula, los damnificados de Otis, la Asamblea de San Gregorio Atlapulco en defensa de su territorio, el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas y el Miguel Agustín Pro, los cuarenta y siete colegas periodistas caídos, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, los cinco jóvenes de Lagos de Moreno, el migrante guatemalteco Elvin Mazariegos asesinado en un retén militar instalado en Motozintla para complacer a Donald Trump, las huérfanas y huérfanos de los vuelos setenteros de la base aérea de Pie de la Cuesta, los comerciantes extorsionados del Estado de México, Quintana Roo, Chihuahua y Aguascalientes, las mujeres indígenas mayas de Citilcum obligadas a pedirle disculpas al Ejército por protestar contra el Tren Maya, los niños mormones masacrados en La Mora, los sacerdotes jesuitas asesinados en la parroquia de Cerocahui, el Congreso Nacional Indígena, Homero Gómez y demás guardianes de la naturaleza, las cincuenta mil personas desaparecidas, los pueblos nahuas que recuperaron su agua en Puebla, y la izquierda universitaria que no olvida el dos de octubre ni tampoco que una cosa es la organización popular y otra el poder populista militar.
Escribir para quienes no tuvieron cabida en la ficción mañanera sexenal donde solo había una víctima presidencial y la crisis humanitaria era una perversa estrategia contra el humanismo mexicano. Escribir sin caudillo ni la respectiva mitología de por medio. Escribir clarito que la transformación no significa el fin de la historia nacional. Escribir sabiendo que neoliberalismo, militarismo, impunidad y corrupción (siendo casi pleonasmos), siguen vigentes. Escribir en una era en la que la verdad se ha transferido a los algoritmos y hay más información gelatinosa que nunca sobre la cual la humanidad sustenta su aniquilación.
Escribir de una transformación que haga posible la transformación.