La palabra buscadora de Soledad Jarquín

Ciudad de México /

Soledad Jarquín Edgar no se volvió activista cuando asesinaron a su hija. Tampoco descubrió la injusticia ese día. Ya la conocía y la había documentado, enfrentado por décadas en Oaxaca, donde la conocí hace tiempo. Soledad, hay que advertirlo aquí, es una de las grandes periodistas mexicanas de nuestro tiempo.

El crimen de su hija, María del Sol Cruz Jarquín, no la convirtió en otra persona. La obligó a ser las que ya era y otras más a la vez: madre, reportera, abogada autodidacta, gestora de expedientes, rostro de protesta, vocera en foros y sombra de funcionarios encubridores.

Pero sobre todo siguió siendo algo que siempre ha sido: una mujer que no se calla.

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¿Qué sigue al dolor de perderte de esa manera? Sigue la rabia, la impotencia, porque la justicia no llega. La incertidumbre es la imperfección de la verdad. ¿Quién fue? ¿Por qué sucedió? ¿Cómo pasó? Son preguntas sin respuesta. Debo confesar con dolor que el muro de la impunidad ha crecido. La verdad sigue oculta detrás de los otros victimarios que esconden a los otros. A ellos, los señores del poder, no les importa la vida que te quitaron, la alegría que nos robaron. A los otros victimarios, como a los primeros, no les importa que en casa impere la tristeza y el miedo.

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Cuando el 2 de junio de 2018 asesinaron a María del Sol en Juchitán, Soledad Jarquín no se escondió detrás del duelo. Hizo preguntas, señaló, escribió. Denunció que su hija había sido enviada ilegalmente a una campaña política desde una dependencia del gobierno estatal. Denunció el uso electoral de recursos públicos, el silencio de las fiscalías y el encubrimiento institucional.

Nadie la desmintió, pero intentaron callarla con trámites, dilaciones, omisiones y, finalmente diciéndole en tono amenazante que su lucha era “excesiva”. Sí, para cierta vanguardia transformadora a veces el dolor profundo es un delito.

Soledad persistió. Lo hizo con el cuerpo y con la palabra, escribiendo Revelaciones de un crimen de Estado, un libro que es el expediente que no quiso hacer la Fiscalía, el retrato de un caso que es muchos casos de Oaxaca y México, una documentación precisa donde se cruzan nombres, siglas, informes, excusas...

Pero también es un texto íntimo, en el que la madre y la periodista se abrazan y se contradicen y se sostienen, porque hay días en que Soledad solo quiere abrazar a su hija y no puede.

Entonces escribe

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No conozco a tus asesinos. Nunca los he visto. En la noche, cuando hay poca luz aparecen entre las sombras. Me quieren provocar miedo, quieren asustarme, me dicen que me detenga, que ya no siga, que no los busque más, yo en cambio los sigo buscando. No me detengo, ya no me asustan. En estos días tu presencia es más fuerte.

Algunas personas piensan que el tiempo suaviza las cosas.

No, no es cierto, el tiempo no hace olvidar a una hija, ese dolor se queda para siempre, es un hueco en el corazón que nadie sustituye, que nada colma. Eres una fotografía en mi pared. La pared blanca de mis días, donde tu voz es un recuerdo, un acto de imaginación, una luz violeta que atraviesa mi memoria y después me deja en la oscuridad en la que vivo. Tu alegría la reinvento, tu sonrisa es un canto en mi alma, vives en mi corazón.

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Cuando le dispararon a María del Sol, no sólo asesinaron a una fotógrafa. Le dispararon también una forma de mirar el mundo. Asesinaron una manera de caminar, de estar, de observar. Le arrebataron la vida a una joven que hacía su trabajo, pero también a una ciudadana que no aceptaba la inercia de la obediencia.

Ese día, no se trató de un crimen circunstancial. Se trató de uno decidido desde arriba, en una de esas zonas en las que el poder político se mezcla con la impunidad institucional, y la sangre es parte del proyecto criminal.

María del Sol fue enviada por orden directa a cubrir la campaña política de un personaje vinculado al PRI. Ella era servidora pública, no operadora electoral. Estaba donde no debía porque la obligaron a estar ahí. Esa ilegalidad fue documentada, señalada, probada, pero no pasó nada.

Después del crimen, en el lugar donde quedaron tres cuerpos -el de la candidata, el del chofer y el de ella- hubo un acto clave: alguien robó el equipo fotográfico de María del Sol. Se lo llevaron como quien borra una huella. No fue rapiña: Fue un intento de borrarla por completo, de impedir que sus ojos hablaran más allá de su muerte. Pero sus ojos aún hablan, aquí están, en la palabra buscadora de Soledad.

***

No sé si te conté alguna vez que cuando niña me caí de un barco. Entré de golpe al agua fría con el cuerpo descompuesto. El mar me tragó, luché por mi vida, salí a flote y en el mismo instante me hundí de nuevo. Abrí los ojos porque algo me lastimó las piernas, eran conchas pegadas al casco del barco, me dio mucho miedo. Salí de nuevo y algunas personas que se habían lanzado al mar, entre ellos mi papá, me sostuvieron para evitar que me ahogara.

Hundirse en el mar profundo es terrorífico, en el agua el vacío cobra sentido, nada te sostiene, no hay punto de apoyo, la fuerza del agua no abraza, te rechaza, te arroja a lo que no existe.

El día que te fuiste me sentí como entonces, nada conmigo, ni yo misma. El mar rechazando mi cuerpo vino a mi memoria. El abismo azul del mar profundo me tragaba ¿te conté que no he salido? Sigo ahí, sin alcanzar como asirme a la orilla del mar, naufrago por corrientes de aguas furiosas que me arrastran, me devoran, me ahogan, ahí sigo desde aquella madrugada.

Tu ausencia tiene nombre y no sé cuál es. No sé si me miras, no sé si me escuchas, no sé si me lees, necia te hablo y te escribo con la esperanza o fantasía de que me oyes y me lees. En mi memoria sigue el día interminable, porque no quiero olvidar lo que pasó y me aferré al día en que nos despedimos sin imaginar que no volverías nunca.

Tuve que ir por ti, tuve que mirarte descompuesta, inerte, quieta como tú no eras. Lo que pasó esa madrugada no lo entiendo y me niego a ver lo que sucedió. Para calmar mi angustia pienso que no te diste cuenta, que tu sonrisa estuvo intacta hasta el último momento y tú sigues, estás en algún lugar.

Hay un mural en la pared de tus abuelos. Un mural que nos recuerda tu vida, tu pasión y tu muerte. Es la misma casa de tu infancia, de tus tardes de juegos, donde te buscaste y años después te encontraste.

Aquí en nuestra casa, como dice Joan Diddion, en su libro El año del pensamiento mágico, hay muchas fotos tuyas, son una señal de tu vida, el rastro de tu existencia. Eso nos queda, mirarte sobre el muro de la calle y en las paredes de la casa, afuera y adentro como si fuera un cuerpo.

Eres el recordatorio amoroso de una niña que tenía prisa por vivir, por aprender, una adolescente que se encontró al mirar a otras personas a través de una lente. Una “espía” de sus vidas, las detuviste para siempre. Eres el recuerdo de una joven alborotada y rebelde, el espejo de mi alma. Así estás hoy detenida, en silencio y yo escudriño en tus imágenes, trato de saber lo que dices frente a mí en tú última fotografía, donde te muerdes los labios, a diferencia de tus otras imágenes en esa no sonríes, quizá algo presentías, quizá lo sabías. Solo tú podrás decírmelo alguna vez, en algún momento, es la última selfie que te tomaste, apenas unas horas antes de aquella madrugada en que fue imposible detener el momento, salvarte.


María del Sol, en'Revelaciones de un crimen de Estado'. ESPECIAL


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