Niño en Tlatelolco

Ciudad de México /

SERIE PERIODÍSTICA “EL ESTIGMA BEZARES” /CAPÍTULO III

El pequeño Mario habitó con sus padres el famoso conjunto de departamentos. Especial

Estábamos viviendo en la tercera unidad de Tlatelolco cuando me di cuenta de que le faltaba pintura a la entrada. Mi papá siempre fue muy de mil usos, siempre tenía sus herramientas y toda la vida le perdía yo herramientas porque le agarraba sus instrumentos. Cuando vi que le faltaba pintura me acordé que mi papá tenía una latita de pintura y dije: “Pues la voy a pintar”. Estaba en eso y que me cacha mi mamá. -“¿A dónde vas con eso?-, -Es que voy a pintar-, -No, no, no agarres las cosas de tu papá y déjala donde estaba, ¿okay?”-. Pues dejo la latita ahí, se mete a cocinar mi mamá, y agarró de nuevo la lata, la destapo y me voy con ella a escondidas.

Luego cierro la puerta, pero la cierro con el dedo adentro. Me doy un machucón en la puerta de fierro, tiro la lata de pintura y se da cuenta mi mamá. Me agarra de las greñas y me mete una madriza que qué bruto.

Me pegó tanto que me reventó la espalda y tuvo que intervenir mi abuela para decir “Ya déjalo, lo vas a matar”. Y esa fue la primera vez que oigo a mi papá decirle a mi mamá “¡Qué salvaje eres! ¿Ya te diste cuenta cómo dejaste a tu hijo? Ve nomás, cómo lo dejaste”. Luego fue tal el arrepentimiento de mi mamá que fue la última vez que me pegó… Nunca le guardé rencor, nunca la odié, nunca nunca. Mi madre fue siempre mi madre y siempre la amé y toda la vida estuve cerca de ella y demás. Te das cuenta de que eres el causante que provocaba esto, por todas mis travesuras que yo hacía.

***

A mí me tocó lo del 68. Yo tenía nueve años, bueno casi diez años cuando pasa lo del 68. Nosotros vivíamos en Tlatelolco. Una semana antes ya había habido una manifestación a la que nosotros fuimos nada más a ver qué pasaba, porque estábamos chavos. La Plaza de las Tres Culturas estaba llena de estudiantes. Una semana antes habían tenido una broncototota: en la Vocacional 7, que estaba sobre San Juan de Letrán, dentro de Tlatelolco, se dieron una golpiza los granaderos con los estudiantes.

Me acuerdo de la ocasión dentro del puente de San Juan de Letrán pues aventaron muchos gases lacrimógenos. No podías pasar por ahí porque estaban acumulados todos esos gases lacrimógenos. En esa ocasión los estudiantes se quedaron con la Vocacional, o sea, los granaderos no pudieron tomar esa escuela.

Y luego después viene la manifestación del 2 de octubre. Supuestamente nosotros íbamos a ir también, pero nos detuvo un partidazo de futbol ahí dentro del cuadro de todos los amigos. Por eso no nos fuimos para allá, pero luego vimos pasar a los soldados.

Mi papá cumplía años el 1 de octubre, entonces la casa estaba llena de tíos, primos, algunos amigos y todo eso. Subimos a avisarle a mis papás lo que acabábamos de ver. Ya es cuando viene la balacera. Mi mamá estaba esperando a mi hermano, embarazada. Nos asomamos por la ventana y viene una ola de estudiantes. Dice mi mamá: “Bueno, por lo menos ya se van”, porque estaban los tiros y demás, pero luego se regresa la ola a meterse a todas las entradas de los edificios. ¿Por qué? Porque en Manuel González estaban los tanques, entonces, no los dejaron irse. Ahí es cuando empiezan a tocar a los departamentos y mi papá cierra la puerta con llave y dice: “No le abran a nadie”.

Afortunadamente estábamos toda la familia ahí, pero de repente entra un balazo en la casa y se incrusta en el techo. Luego nos vamos al hall donde están las habitaciones, cierran todas las puertas mis papás y ahí nos quedamos a oír aquella balacera impresionante y gritos de señoras y gritos de cuates que decían: “¡No no no, yo soy ratero, yo soy ratero! ¡Yo no soy estudiante!” y “puk”, se oía ahí el culatazo. Fueron horas, horas y horas de toda esa gran balacera.

-¿Cómo fueron los días siguientes?

Al día siguiente mi mamá nos manda a la panadería para desayunar pero ya no había tal, porque la panadería estaba en el edificio Chihuahua, que fue al edificio que más le tocó la balacera porque está enfrente de las Tres Culturas. Ya no había nada, o sea, todos los comercios que estaban como platerías, fondas, tiendas, panaderías y demás, todas estaban saqueadas, con los vidrios, los cristales rotos y demás.

Ya fue entonces cuando regresamos nosotros. Había muchos soldados, había tanques por todos lados y es cuando mi papá dice: “Agarren todo en una maleta y vámonos de aquí”. Agarramos la maleta y nos fuimos a casa de un hermano a la colonia Narvarte. Ahí estuvimos quince días. No tienes la conciencia porque eres un niño y las noticias realmente nos valían gorro, pero después de quince días regresamos nuevamente y todavía seguían los tanques y los soldados y demás, y todo eso.

Tremendo susto que se lleva mi madre embarazada con todo eso. A mi hermano lo esperábamos para diciembre y nace el 12 de octubre, justamente el mero día de las Olimpiadas.

-Hay una verdad oficial sobre Tlatelolco que luego se fue desmontando con el paso del tiempo…

-¡Claro! Lo que yo te puedo decir al respecto, mi opinión, es que sí hubo una masacre porque sí la hubo, porque sí nos consta el tiroteo, que fueron más de cuatro horas de tiroteo pero abundante, entre ellos mismos, porque de hecho tuve la oportunidad de conocer a un agente judicial después de esto, más o menos como por 1971, que fue de los que estaban con gabardinas y guantes blancos, y él me platica que un soldado lo atravesó con una bayoneta y él accionó su arma para defenderse.

Realmente sí sucedió, porque la Plaza de las Tres Culturas estaba repleta, pero repleta de estudiantes, no cabía un alma dentro del cuadro de las Tres Culturas, de hecho hasta estaban en las pirámides que existen en la Plaza de las Tres Culturas. Yo sí sé que fue una masacre, que no fueron 20 personas ni nada. Creo que fueron cientos de personas las que perdieron la vida ese día y que de ahí, por lo que respecta a nosotros, a gente de mi edad y demás, pues le tienes ese temor al soldado, le tienes ese temor al policía, a una agresión, aunque principalmente a los soldados, les tienes ese temor, ese pánico y ese miedo, de que no te vayan a atacar o te vayan a lastimar. Porque tienen esa autoridad en la que, con la mano en la cintura te pueden hacer daño. 

(CONTINUARÁ…)


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