Ver la 'no guerra'

Ciudad de México /
Miembros del Comando del Frente Interno israelí trabajan en el lugar donde misiles iraníes impactaron edificios en Beerseba. EFE

Me alegra que el sol haya salido.

Lo agradezco, aunque sé que su luz no alcanza por igual a todos. Hay días en que los rayos solares se cuelan en Medio Oriente entre columnas de humo de una ciudad bombardeada, y lo que iluminan no es esperanza sino restos calcinados de una casa, una mochila escolar cubierta de polvo, la mano abierta de alguien que ya no podrá cerrarla.

Escribí algo parecido hace poco más de veinte años, durante la invasión a Irak, cuando el laborista Tony Blair —entonces primer ministro británico— no descartaba el uso de armas nucleares, y el petrolero texano, George W. Bush, hablaba de “liberación” mientras desfiguraban un país.

Hoy lo vuelvo a escribir con otro rostro, con otro escenario, pero con el mismo asco por los reyes en turno: el sol sigue saliendo sobre miedo, ruinas y cadáveres. La diferencia es que ahora parece que la extrañeza está agotada. Todo es una repetición sin asombro, una resignación anestesiada ante el sistema descarado que manda.

La guerra —una guerra a la que ni siquiera se le llama guerra— que ahora ocupa las pantallas del mundo, no comenzó con los misiles ni los ataques aéreos. Como toda guerra, comenzó antes: en la arrogancia colonial, en el dogma religioso, en la disputa por la hegemonía regional, en la diplomacia manipulada, en arsenales incesantes que nunca dejan de crecer.

Misiles cruzan el cielo de ciudades antiguas mientras los niños se refugian en sótanos, las familias huyen de pueblos y ciudades, los periodistas mueren, las imágenes se repiten, las voces se endurecen, y el mundo —una vez más— se divide en bandos que ya no entienden lo que defienden.

 

***

Voy en carretera de Hermosillo a Monterrey, cuando mi hijo adolescente me pregunta qué está pasando, mientras escuchamos las noticias de la radio y él mira imágenes bélicas de la no guerra en su celular.

Intento responder, pero no atino.

¿Cómo explicar cabal que hay guerras que no buscan paz ni seguridad, sino petróleo, hegemonía, supremacía o hasta la satisfacción de narcisismos puros y duros?, ¿cómo nos justificamos normalizar otra guerra como si se tratara de la tormenta de calor de la temporada anunciada por el meteorólogo mientras cruzamos el desierto de Sonora o el Far West de Texas?

 

***

Se habla de valores, de democracia, de orden, de legítima defensa. Y al mismo tiempo, se ejecutan ataques quirúrgicos que no lo son, se matan civiles con precisión tecnológica, se arrasan hospitales, escuelas, mercados.

Y el otro es el terrorista. El otro es el extremista. El otro es el que pone en peligro al mundo libre. Así, bajo el lenguaje de la civilización, se esconde el mismo impulso primitivo de siempre: la conquista, el castigo, el control.

El colmo es que la guerra actual ya ni siquiera necesita declaración formal. Ya no se hace por territorio, sino por narrativas. Ya no busca una victoria clara, solo perpetuarse. La guerra ahora es permanente. Es fragmentada. Es híbrida. Es administrada. Se actualiza como una aplicación más. Y nosotros, simples usuarios, apenas podemos cambiar el fondo de pantalla del celular.

Miramos y a veces sentimos algo y a veces no. Damos like, cambiamos de canal, posteamos algo, salimos a caminar, ponemos música relajante.

 

***

Recuerdo la niña iraquí sin pies que vi en una foto en 2003 mientras George W. Bush sonreía en televisión celebrando la “liberación” de su país.

Hoy veo a niños enterrando a sus padres, padres enterrando a sus hijos, veo a jóvenes despidiéndose por mensajes de voz, veo soldados subiendo selfies antes de atacar.

Veo, pero no entiendo.

¿Compasión selectiva?, ¿indignación temporal?, ¿neutralidad moral?

No basta con escribir columnas o tuitear indignación.

Hay quienes celebran la guerra porque creen que reafirma su dios, su causa, su patria.

Prefiero celebrar que el sol salió. Mientras haya sol, es posible otra vida.

El sol salió, pero no hay luz suficiente si no estamos dispuestos a ver.


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