Dos vidas, dos destinos

Ciudad de México /

Como falló su tracalada de prorrogar inconstitucionalmente el mandato del ministro Zaldívar al frente de la Suprema Corte, a partir de ser electa para ese cargo la ministra Norma Lucía Piña, el lépero palaciego la ha venido agrediendo de manera soez y artera, acusándola (sin pruebas) de ser “una corrupta al servicio de la oligarquía y de formar parte de la mafia”; por eso no causó sorpresa ver a una loca, con un fusil de plástico en sus manos, injuriándola a las puertas del Poder Judicial; o conocer (por las redes) la propuesta de asesinarla con una bala; o mirar a un grupo de antropoides pateando y quemando un monigote, queriendo así humillarla a los pies de su bienamado redentor.

No obstante, como las pistolas no asesinan sino quienes las disparan, debemos ir a la causa de lo causado. No debemos conformarnos con repudiar los comportamientos de primates callejeros ni los mensajes de odio a través de las redes sociales, porque la causa de lo causado es quien le ha estado disparando a mansalva, amurallado en su palacio. El responsable es quien no acepta disidencia alguna, y sacia su protuberante indecencia acarreando a los pobres controlados, a los burócratas amenazados y a las sabandijas presupuestívoras; el responsable es quien no tolera a ningún otro poder, por considerarse la encarnación de todos ellos, como sacerdote, rey y dios.

El cambio en la presidencia de la Corte lo desquició (y lo dejó más turbado) porque se fue de ahí a quien considera “el único ministro honesto” y, por ello, fiel y a su servicio. Detesta una Corte fuerte y sana, porque el atrabiliario necesita una cortesana.

 “La 4T ya es feminista”, ha dicho, pero el acoso a las mujeres y los feminicidios aumentan, y vimos en su fiesta del Zócalo a los trogloditas tartufianos quienes, sin saberlo, revivieron a la Santa Inquisición, llevando un monigote a la hoguera, pretendiendo castigar así a una mujer ante la augusta complacencia de quien muchas veces dijo tener como divisa “la honestidad valiente”.

Si a esos cavernícolas se les preguntara qué delitos ha cometido la presidenta de la Corte, sólo vomitarían lo regurgitado a ellos por su azuzador.

Si él no respeta su investidura y no respeta a nadie, no merece ser respetado; si denosta al Poder Judicial carcome y envilece al Poder Ejecutivo. A millones de mexicanos nos resulta despreciable, porque ha hecho de su investidura un trapo desgarrado y purulento.

Calle de por medio, en el Palacio del Poder Judicial, la presidenta de la Corte, representando dignamente a ese poder y sirviendo con valor a la justicia, construye su propio legado de honor y grandeza. 

El rufián del otro palacio, por vivir de la estafa y la mentira, pronto llorará como la Zarzamora de la canción, “esa que siempre reía y presumía de que partía los corazones”.


  • Diego Fernández de Cevallos
  • Abogado y político mexicano, miembro del Partido Acción Nacional, se ha desempeñado como diputado federal, senador de la República y candidato a la Presidencia de México en 1994. / Escribe todos los lunes su columna Sin rodeos
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.