¿El águila o la serpiente?

Ciudad de México /

En el ocaso del sexenio e inmersos en el proceso electoral es natural preguntarnos cómo enfrentar las muchas calamidades de nuestra vida diaria: trátese de la inseguridad y la violencia; de la desigualdad, la discriminación y la pobreza; del abandono criminal de la educación pública, saturada de veneno y mentiras históricas; de la falta de servicios médicos gubernamentales (que sigue causando sufrimientos inenarrables a los más pobres, y millones de muertes evitables); trátese de la carestía de la vida y la falta de oportunidades; trátese, en fin, de la división y odio entre mexicanos, atizados por el delirante tropical.

Reflexionemos sobre cuestiones obvias pero a veces olvidadas. Por ejemplo: que México no resolverá sus tragedias si el hiperdelincuente electoral simula traspasar el poder a su desangelada corcholata, pero que unidos gobernantes y gobernados podremos superarlas o mitigarlas. El mundo ideal (donde todo sea verdad, belleza y justicia) sólo es una línea imaginaria como el horizonte; sin embargo, está en nosotros tratar de satisfacer nuestras necesidades y las de los demás.

Nuestra naturaleza social nos impele a transformar y construir para el bien ser y el bien vivir personal y comunitario. El miedo, la indiferencia y la resignación conducen a la sumisión. De nada sirve desear buenos gobiernos si no actuamos como auténticos ciudadanos.

Está plenamente justificado el rechazo de la mayoría de los mexicanos a los partidos políticos, los cuales, debiendo ser instituciones de interés público, a veces se ocupan más de cuidar sus parcelas y los intereses de sus cúpulas que de abrir sus puertas a los liderazgos sociales.

¡Muchos de los ínclitos candidatos que derrochan promesas y patriotismo resultan ser unos truhanes en el ejercicio del cargo, y se reciclan en ese mundo pestilente de mentiras, robos y traiciones al que se ha reducido la política!

Tales malvivientes se atienen a que el mexicano es proclive a perdonarlos y suele agacharse ante ellos para implorar migajas, vivir como garrapata presupuestívora o enriquecerse indecentemente.

¡Si los ciudadanos castigáramos con nuestro voto a esos rufianes, otros gallos cantarían en las plazas públicas y en las oficinas gubernamentales!

El actual presidente llegó con 30 millones 100 mil votos, pero fueron más los que no votaron por nadie, pues no sufragaron 32 millones 700 mil empadronados.

Recordemos a los omisos que en este México ensangrentado el apático es apátrida y suicida, porque en la política los depravados ocupan rápidamente los espacios vacíos, y transpirando cinismo dicen “no mentir, no robar, no traicionar” y se atribuyen “honestidad valiente” y “autoridad moral”.

El 2 de junio debe ser para México un amanecer en el que desde temprano el águila de la democracia domine a la serpiente. 


  • Diego Fernández de Cevallos
  • Abogado y político mexicano, miembro del Partido Acción Nacional, se ha desempeñado como diputado federal, senador de la República y candidato a la Presidencia de México en 1994. / Escribe todos los lunes su columna Sin rodeos
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