Errar es de humanos, pero no hay que abusar; menos aún quienes son jefes de Estado y, sobre todo, cuando se trata de conflictos reales o imaginarios con otros Estados.
Como se esperaba, la señora Sheinbaum se enganchó al estulto pleito de Tartufo contra el gobierno español por la Conquista de hace cinco siglos. Además, ha cometido por escrito errores garrafales, como decir que Tenochtitlan se fundó “hace casi 200 años”, lo que implicaría que ese pueblo nació durante lo que se llamó la Nueva España. Eso y el fondo del reclamo dieron pie al gran escritor Pérez Reverte para acusarlos a ella y a su progenitor político de “imbéciles, oportunistas, demagogos y sinvergüenzas”. No hay cómo defenderlos.
Después, refiriéndose al tema, la presidente electa dijo que “los hombres y mujeres de bien ofrecen perdón”. Está claro que la señora confunde perdón con disculpa, y se pone a modo para recibir otra enjabonada. Pues si vivirá amurallada en Palacio y será ante el mundo la jefa del Estado mexicano, es imperativo que cuide sus palabras y que tenga asesores ilustrándola al menos en lo elemental, pues estará de por medio el prestigio de México. ¡Señora, hágalo por el amor de Dios!
Sin duda tendrá la opción de legitimarse en el ejercicio del cargo (si lo hace honestamente en beneficio de toda la población y prescindiendo de las mentiras, corruptelas, ineptitudes, venenos y divisiones que marcan el sexenio que agoniza), pero no parece que se sacudirá la perniciosa monserga de quien sólo en apariencia dejará el gobierno, pues todo indica que el facineroso otra vez incumplirá su palabra de irse a vivir como anacoreta, recogido en su recién remodelado rancho de afamado nombre.
Resulta explicable que la pasada elección de Estado tenga gozosos y exultantes a los encumbrados, pero su arrogante triunfalismo se acabará cuando se topen con el país que los espera: en llamas, ensangrentado por criminales, con enormes demandas sociales y recursos públicos exiguos, con millones de jóvenes sin acceso a las ciencias y tecnologías modernas que les permitan un futuro de verdadera realización humana. Hoy México está marcado por la desesperación y el rencor, gobernado por la miseria humana.
Los mexicanos nos quedamos sin instituciones y sin leyes que nos protejan de los delincuentes en el gobierno y fuera de él, pero tenemos el deber de organizar una formidable fuerza social (que ya se ha expresado y lo sigue haciendo en muchas manifestaciones públicas) para conjurar la inminente y larga noche de los cuchillos largos que se avecina.
Es falso que ese cambio sea difícil, porque México será otro cuando los 40 millones de abstencionistas del pasado 2 de junio vivan como ciudadanos y decidan votar por sus derechos y libertades. Sólo se requieren más liderazgos con talento, valor, y generosidad.