Lilly Téllez, Adriana Dávila, Lía Limón y muchas mujeres más demuestran con su trabajo que no están donde están por una cuota de género. ¡Son admirables!
Durante cinco siglos Palacio Nacional fue crisol de grandezas y miserias humanas de toda índole, pero desde Cortés (pasando por virreyes, emperadores, usurpadores y presidentes) hasta hace tres años no habían sentado sus reales en ese recinto la locura, la estulticia y la comicidad involuntaria; al menos no tan grotescamente.
Ahora, desde ahí y a temprana hora, Estrella Rutilante ordena el Universo, define el ser y el deber ser de pueblos y naciones, señala el camino para la auténtica felicidad de la humanidad, absuelve y condena personas, instituciones y gobiernos, enseña a sus “mascotas” la verdadera historia, acaricia socarronamente a quienes le fingen “lealtad ciega” y persigue a disidentes con la vara de su “justicia”.
Más aún, le sobra tiempo para difundir en sus mañaneras: canciones, gracejadas, “otros datos” y, con infinito cinismo, repite que él no miente, no roba y no traiciona.
Es olímpica su habilidad para embaucar y distraer al “pueblo bueno”, destreza que ya quisiera cualquier merolico de banqueta.
Mientras al país lo asuelan la pobreza y criminalidad crecientes (con más millones de pobres; cientos de miles de asesinados y desaparecidos; de muertos por desabasto de médicos y medicinas; más de 10 mujeres diarias ultrajadas y muertas…) aparece ese hombrecillo para recordarnos una a una las 32 injurias que los conservadores proferían hace 200 años al cura Hidalgo. ¡Hágame usted el favor: 32 improperios de hace 200 años! Pues, así, entre líneas, se equipara como víctima llorosa a manos de los malvados conservadores que siempre han existido.
Lo más preocupante es que se agravan sus perturbaciones intelecto-volitivas, y no se sabe que esté (o lo hayan puesto) bajo el cuidado de algún psiquiatra.
Para comprender cómo va desarrollándose su enfermedad, basta con observar la reacción que tuvo al recibir de alguno de sus reptantes cercanos un tuit en el que aparecen imprecaciones nauseabundas en contra de una mujer que, sin dar nombres, se infiere que aluden a su esposa (y otras que lo definen a él).
¿Cuál fue la respuesta inmediata de la estrellita rutilante? Hacer tendencia viral lo que prácticamente nadie conocía, reproduciendo una a una las insolencias contra su esposa (mencionándola por su nombre) y los calificativos humillantes sobre su propia persona. Si esa respuesta no implica demencia, no sé cómo llamarla.
En los próximos tres años veremos más circo, maroma, teatro y perversidades en esa carpa que otrora fuera Palacio Nacional, por lo pronto reitero: quien injuria arteramente a una mujer es una porquería humana; y el que difunde nuevamente el agravio la vuelve a ofender, y es lo mismo.
Diego Fernández de Cevallos