Ya me imagino. Una fila larguísima con metro y medio de distancia entre cada persona para entrar al recinto. En la inspección de seguridad, además de revisar bolsas, mochilas y pantalones, tendrán que checar la temperatura, el uso de cubrebocas y dar gel antibacterial. Antes de pasar, hay que pisar el tapete sanitizante, indispensable en cada puerta en estos días, y entonces sí, puedes entrar.
Ahora, a buscar el asiento o lugar designado para disfrutar el concierto, olvídate de pasar el dinero para que llegue al de las cervezas y regresen el cambio por las mismas manos, lo más prudente será ir personalmente a la barra.
Finalmente, llega el momento esperado. Se apagan las luces y el escenario se ilumina. El artista, en vez de escuchar un grito ensordecedor de la multitud, es recibido por una emoción limitada por el cubrebocas y lugares vacíos para cumplir con las disposiciones sanitarias.
En lugar de ver a los fanáticos cantar y gritar, se tendrá que conformar con unos cuántos moviéndose al ritmo de su música, y eso si hablamos de un concierto en un recinto, falta la alternativa de drive-in.
Estos dos escenarios ya ocurrieron. En Alemania y Dinamarca se ofrecieron espectáculos para asistentes en sus vehículos, como una medida preventiva de contagio de coronavirus, y este formato se prevé que llegue a México en julio, en el Foro Pegaso en Toluca, que recibirá hasta a 800 automóviles.
En Arkansas, Estados Unidos, Travis McGready fue el primero en ofrecer un concierto en un teatro en pandemia, ante solamente 260 personas para garantizar el distanciamiento. Las fotografías del show, en otros tiempos, serían evidencia de un evento fallido.
El covid-19 ha obligado a la industria a reinventarse. En más de una ocasión, la sobreventa y desorganización pusieron en riesgo el bienestar de los asistentes, nada más hay que recordar el pasado concierto de Guns N’ Roses en el Estadio Jalisco, y ahora tendrán que tener un mayor control de quienes ingresan y bajar considerablemente la disponibilidad de lugares.
Y como la ley de la oferta y la demanda es un sube y baja, los precios seguramente aumentarán. Pero, ¿cómo vender un boleto para un concierto en el que no podrás salir de tu automóvil? ¿Cómo será sin estar rodeado de la energía contagiosa de los fanáticos que, sin conocerse, durante dos horas cantan juntos y son aliados? ¿Cuánto valor le resta a la experiencia la necesidad de distanciamiento?
Y ni siquiera hablemos de un concierto por *streaming* que, aunque sí he visto las transmisiones de festivales, no puedo siquiera imaginar que lo disfrute igual sin ver a la multitud extasiada.
Los conciertos se viven (no se graban con el celular), se gritan, se comparten emociones con el de enseguida, se sudan, se tatúan. La experiencia de estar entre la multitud y escuchar en vivo las canciones que han dejado huella en tu vida es única e insustituible.
No importa ya. Los tiempos exigen adaptación y la industria se prepara para regresar, ahora falta ver bajo qué condiciones y a qué costo. No será igual, pero espero que no nos acostumbremos a este tipo de conciertos y pronto podamos volver a ser miles de voces cantando juntas, sin distancia y sin miedo.