No hace mucho tiempo, todavía se escuchaba decir que México no estaba listo para una Presidenta, y hoy, después de 200 años de historia y 70 años del voto femenino, la tiene.
Nuestro país está construido sobre el machismo y un sistema patriarcal que durante décadas ha obstaculizado el camino de las mujeres, así que nunca iba a estar listo, y ya no estamos para esperar. La experiencia nos ha enseñado que si queremos un espacio no hay que pedirlo, sino pelearlo.
Rosario Ibarra de Piedra, empujada por el activismo que inició con la desaparición de su hijo en una protesta en 1973, se hizo senadora y se convirtió en la primera candidata presidencial en 1982 y apareció en la boleta otra vez seis años después. Ella abrió el camino para las que siguieron: Cecilia Soto, por el Partido del Trabajo, y Marcela Lombardo Otero, por el Partido Popular Socialista, en 1994; Patricia Mercado, por el Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina, en 2006; y Josefina Vázquez Mota, por el PAN, en 2012.
Todas fueron haciendo el camino para que el 1 de octubre Claudia Sheinbaum hiciera historia, flanqueada por dos cadetes femeninas y recibiendo la banda presidencial en manos de Ifigenia Martínez, una mujer que rompió tantos techos de cristal y que a sus 94 años pudo ser parte de este momento histórico en la lucha feminista mexicana.
Después de tantos escalones subidos, finalmente llega una mujer al lugar más importante del país, y debido a su sexo estará bajo un escrutinio mayor que el de sus antecesores. Por un lado, por quienes ven en ella la perpetuidad en el mandato de Andrés Manuel López Obrador, tanto simpatizantes como opositores; y por el otro por las mujeres, que por primera vez nos vemos representadas en los tres Poderes de la Unión, y esperamos una administración federal con perspectiva de género.
“Es tiempo de mujeres”, así Claudia arranca su mandato; una frase que la compromete a ver por todas las que la llevaron ahí, y por las que vendrán, para que sea la primera, pero no la última en decirle Presidenta, “con a”.