Todo depende del cristal con que se mire. Una premisa bien aprovechada por el gobierno de Jalisco para lanzarse y exaltar cifras de bajas de desaparecidos. Tantos años ostentando el deshonroso primer lugar, que cualquier cosa les parecía buena para decir que el estado ya había sido superado, por fin, por otra entidad. Insisten en ver el vaso medio lleno, cuando apenas y si queda un trago.
Las autoridades estatales lanzaron un comunicado al principio de la semana para informar que Jalisco ya no era primer lugar en desapariciones, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, y presume la disminución de denuncias de casos de enero a octubre de este año. Y no mienten, eso hay que reconocerlo, pero tampoco se pone en perspectiva.
Jalisco se mantenía en la primera posición nacional con una cifra que ha rondado los 15 mil casos, ayer ya había descendido a 14 mil 195, inferior a los 14 mil 772 del Estado de México. Sí, felicidades, ya son menos, pero falta información en ese documento: ¿Dónde quedaron los casi 900 que ya no están en las estadísticas? ¿Cuántos de ellos son localizados en fosas clandestinas? ¿Cuántos encontrados en brechas? ¿Cuántos más estaban en planchas de la morgue desde hace meses o años?
La crisis de desaparecidos en Jalisco no puede medirse solamente en cifras publicadas en plataformas y limpiarse con comunicados, menos cuando las víctimas son sacadas de la tierra por sus madres, padres, hermanos y activistas que han tenido que tomar las palas y varillas para dar con ellos ante unas autoridades rebasadas, omisas y hasta cómplices.
Diez meses con menos denuncias no deben considerarse un triunfo digno, es apenas un curita en una herida abierta, profunda e infectada por la impunidad y la corrupción del Estado, que enferma a las familias y contagia a toda la sociedad. Si van a sacar cuentas, consideren todos los factores, a ver si todavía les resulta un saldo positivo.