Qué tiene millones de seguidores, vive de aportaciones, enaltecen a sus ídolos y un sólido sistema de creencias? ¿La 4T?¿La Iglesia Católica? Ambas.
Tan similares, pero tan diferentes, que chocan una y otra vez.
La pérdida de la influencia religiosa en las políticas públicas, cada vez más alejadas de los dogmas que por décadas rigieron a la sociedad mexicana, han motivado a que los representantes de la Iglesia sean más vocales contra el partido en el poder.
La despenalización del aborto y el reconocimiento de derechos a parejas de la diversidad sexual han salido del estancamiento en los ocho años que ha gobernado Morena, a pesar de los intentos de grupos conservadores por frenarlas y los discursos de sacerdotes que piden movilizarse contra las reformas.
Por eso no sorprende la crítica del cardenal José Francisco Robles Ortega a los programas sociales del gobierno federal, a los que calificó como una estrategia para perpetuar lo que, dijo, es el “mito del bienestar”.
Resulta irónico que un representante de una organización que se mantiene de limosnas y donaciones ahora las critique, quizá porque ya no se posiciona como el único benefactor de la población en situación vulnerable.
Las pensiones en sí mismas no son una solución, en eso tiene razón, pero hacen una diferencia en el día a día de quienes no tienen posibilidad de solventar sus necesidades básicas como los adultos mayores, los mismos que llenan los templos y sacan un billete de esas mismas dádivas que reciben del gobierno para dejar en la canasta cada misa.
Los programa sociales no solamente responden a una estrategia política, representan el cumplimiento de la responsabilidad del Estado de redistribución de la riqueza y proporcionar un ingreso básico para mejorar la calidad de vida de un sector que permaneció en el olvido. De acuerdo con un estudio del Banco Mundial, esta herramienta fue útil para la reducción de la pobreza hasta casi 9 por ciento de 2018 a 2024, principalmente en las personas de la tercera edad.
Más allá del deber ser en la separación entre Iglesia y Estado, quizá sería bueno cuidar lo que se dice para no escupir al cielo. ¿O es que la molestia es que ya le rezan más a un nuevo “San” Andrés?