En su tercera encíclica, Fratelli tutti, firmada el pasado 3 de octubre en el convento de Asís, el papa Francisco hace una presentación de conjunto sobre la dimensión social que ha marcado su pontificado. Además de constituir un documento doctrinal, que incluso critica prácticas y pensamientos de algunos sectores eclesiales, es una toma de posición frente al mundo actual al que considera dominado por agresivas actitudes capitalistas, en tanto que los estados nacionales, debilitados, ceden a la presión de grupos de poder y a demandas populistas que ponen en riesgo la vigencia de los derechos y de la dignidad de las personas.
Aunque L’Osservatore Romano aclaró que el título alude a una cita directa del fundador de los franciscanos y no pretende excluir a las mujeres, vale la pena reconocer que en el camino de la inclusión aún queda un largo camino por recorrer en un tema que urge e implica a más de la mitad de la población mundial. En otros ámbitos la inclusión es más notable. Por ejemplo, el papa afirma, en referencia a una parte del mundo musulmán, que la carta tiene una fuente de inspiración en las conversaciones que sostuvo con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb.
La encíclica parte del análisis de las tendencias que en el mundo desfavorecen la fraternidad. Las juzga después a la luz de un texto bíblico paradigmático -El buen samaritano- para encontrar en la realidad los llamados de Dios. Francisco concluye con una serie de líneas de acción dirigidas a los cristianos, pero se abre a todas las personas, organizaciones, Estados y movimientos cuya misión contribuye al logro de la fraternidad universal. Ésta tiene su base en la amistad social, por la cual el amor se extiende más allá de las fronteras personales, de pareja, de familia, de grupo o de nación, para incorporar a las personas que son descartadas y excluidas. La inclusión se sustenta en el reconocimiento de la dignidad personal que no admite justificación alguna de las desigualdades que niegan el derecho al desarrollo integral.
Con sus reflexiones, Francisco mantiene el diálogo con quienes están más allá de las fronteras de la Iglesia. Si en algunos momentos de la historia ésta se ha refugiado en sí misma o ha sido aliada de los poderosos, existe una tendencia sostenida a hacer de ella una Iglesia que camine como acompañante de quienes están al borde del camino, heridos y excluidos.
En este ejercicio se reconoce el esfuerzo de la comunidad internacional, sustentado en la Carta de las Naciones, que es considerada como verdadera norma jurídica fundamental. También se aplaude el esfuerzo de organizaciones civiles y de movimientos populares que encadenan millones de acciones grandes y pequeñas que surgen desde abajo para curar al mundo.
La encíclica no surge como respuesta a la actual pandemia, sino a la crisis social y ambiental provocada una cultura individualista que se impone como estilo de vida hegemónico. Sin embargo, el obispo de Roma ha señalado antes, y lo recuerda en su texto, que la pandemia reveló nuestras vulnerabilidades, evidenció la incapacidad de los Estados para actuar conjuntamente y resaltó las desigualdades, así como la discriminación. Aunque también, como lo observó el pasado 27 de marzo, reconoce que estamos ante momentos de generosidad que nos hacen apreciar “esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos”; la de ser hermanos y hermanas.
En tanto que critica el universalismo sin arraigo local o reafirma la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el carácter secundario de la propiedad privada y la voracidad de la especulación financiera, así como hace un llamado a hacer de la solidaridad una forma de contención frente al despojo de los bienes comunes, las reflexiones papales contribuyen a elucidar los principios, los criterios y las acciones que deben orientar una nueva configuración del mundo tras los fracasos evidenciados por la pandemia. Pronto veremos si las Iglesias locales hacen eco de la voz del papa y, sobre todo, de los clamores de nuestra realidad.
Rector del ITESO