México, el país machista que por más de un siglo sigue en busca de una igualdad sustantiva, que no permite el acceso a una vida libre de violencia a la mujer y que se enfrenta al eterno dilema de una sociedad conservadora. Cien años después de la Revolución Mexicana, cuyo movimiento dejó una estela de machismo impregnado en la lucha armada y los pueblos del país, comienza a tejerse una segunda transformación en la historia de la lucha de la mujer. La primera, el derecho al voto, el reconocimiento de los derechos en compañía de la liberación ideológica y académica.
El de ahora, el que encabezan mujeres de todas las generaciones del último periodo del siglo XX y el inicio de este, siglo XXI, que ha sido intempestivo, sí, pero necesario para todas las esferas públicas.
Ayer, en pleno 8M, prácticamente no hubo ciudad del país donde no se realizara una manifestación, pinta, protesta, llamado, publicación, alusión alguna de lo que representa la lucha del feminismo, en donde los hombres no tenemos cabida más que para entender lo que significa y representa para ellas.
En la política, se proponen reformas para que la Secretaría de Educación Pública incluya en sus planes de estudio el derecho de las mujeres, adolescentes y niñas a una vida libre de violencias. También que existan atribuciones de entidades federativas y de la Ciudad de México, para la implementación de protocolos homologados que permitan identificar y brindar auxilio oportuno a mujeres víctimas de violencia o en riesgo de sufrirla.
Sin embargo, es poco en comparación con lo que realmente se requiere. Primero, justicia para los casos de feminicidios, garantía de seguridad para que no sigan ocurriendo, poner fin a la violencia machista de los hombres, un alto permanente.
Cambios generacionales que representan a toda una contracultura.
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