López Obrador pierde una gran oportunidad. El apoyo de millones de votos se diluye con su obsesión por llevar todo al campo de la politiquería y su lucha ideológica.
El dogma y la propaganda, replicadas con fuerza desde el poder, invaden la esfera de la opinión pública. No importan los datos duros, incluso oficiales, que muestran la realidad que confronta los dichos de la autodenominada 4T. Mucho menos los testimonios de vida que se desvanecen entre las frías estadísticas.
La pobreza, de acuerdo con Coneval, creció. Las desapariciones, en datos y voz de funcionarios federales, aumentó. Los homicidios dolosos llegaron a 100 mil en lo que va del sexenio; de seguir así, se convertirá en el más violento. El país cayó en el Índice de Estado de Derecho. Los cárteles operan sus lucrativos negocios, incluida la trata de personas. La impunidad no se acabó, se mantiene por arriba de 95 por ciento.
Pero para Andrés Manuel él es la nota, la verdad, el verbo. Cualquier intento de arrebatárselos lo irrita, al grado de ser capaz de minimizar los abusos sexuales contra niñas. En su mirada está su agenda. Si se difunde la venta de menores de edad, por usos y costumbres, él lleva agua a su molino de pugna entre ricos y pobres y a su estrategia de crear a los enemigos externos como adversarios del pueblo.
Flanqueado por su paisano Adán Augusto, titular de la Segob, y por Evelyn, su impulso de gobierno e hija del presunto violador Félix Salgado, el Presidente aseveró: “La pregunta que me hacían es: ¿viene a ver lo de la venta de las niñas, lo de la prostitución de niñas? No, no vengo a ver eso. Porque eso no es la regla. En las comunidades hay muchos valores culturales, morales, espirituales”. Y preguntó: “¿Qué a caso la prostitución nada más está con los pobres?”. “Es muy enajenante el manejo de la información”, remató.
Por supuesto que la prostitución no es un asunto de pobres y ricos. Las vejaciones no respetan posición económica, pero las más vulnerables son las pequeñas y adolescentes. Es una doble tragedia que el Estado no cumpla con su obligación, sobre todo cuando se comete un delito con la anuencia de autoridades.
En lugar de molestarse porque le pregunten temas que no son los que quiere difundir para echarle porras a su gestión o a la cuestionada familia Salgado, debería ocuparse en perseguir esos crímenes.
Hoy está en la cima y cuenta con subalternos que aplauden y refuerzan, contra cualquier crítica, sus señalamientos. Pero acabará su mandato y la historia implacable develará, en su justa dimensión, sus acciones u omisiones.
Elisa Alanís
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