Quizá los jóvenes no lo sepan y algunos adultos no lo recuerden, pero desde que concluyó el llamado Milagro Mexicano y hasta finales del siglo pasado, cada que terminaba un sexenio se verificaba una crisis de magnitudes épicas.
Las condiciones económicas y financieras actuales con las que termina el gobierno no son las óptimas.
En muchas regiones del país la inseguridad se ha desbordado a niveles espeluznantes y las relaciones diplomáticas con potencias mundiales atraviesan por un peligroso bache.
Además, en este cambio de gobierno sucede un fenómeno que solo se repite cada dos sexenios:
Estados Unidos también tendrá elecciones presidenciales este mismo año.
La postura de ambos candidatos norteamericanos con respecto a México es dura. Las amenazas y anatemas ya no son solo contra la inmigración, sino contra las empresas que se instalen en nuestro país.
Esta situación, junto con la politización en la que cayó la Reforma Judicial, han parado las antenas de los empresarios internacionales y pospuestos algunos proyectos de inversión para mejor momento. Es natural que ante un clima tan convulso exista una justificable duda sobre la estabilidad económica del país en el futuro inmediato.
Las crisis mexicanas del siglo pasado han tenido detonantes diversos, pero en todos los casos los factores críticos han sido los mismos:
endeudamiento externo en niveles riesgosos, agotamiento de Reservas Internacionales y sobrevaluación del tipo de cambio.
Sin embargo, el panorama actual para nuestro país es diferente.
Aunque la deuda es alta no representa riesgos inminentes en el corto plazo; las Reservas se mantienen nutridas; el tipo de cambio es flexible y se encuentra en niveles aceptables; la tasa de interés, aunque muy alta, ya comienza a dar señales de reducirse dado el medio control de la inflación.
Por el cambio de sexenio no veo una crisis en puerta, pero sí percibo riesgos por la postura maniquea de los candidatos norteamericanos.
Además, el hecho que nuestro vecino del norte ya esté previendo una desaceleración, nos obliga a ser cautelosos con nuestros proyectos y prudentes con nuestras decisiones.
No es para alarmarnos, solo para estar atentos.
Al final de cuantas las crisis las generamos nosotros mismos con nuestras acciones.