Bomberazo es un mexicanismo usado en nuestra cultura de trabajo. Derivado de la definición de la actividad de apagar fuegos por los bomberos, significa “acción urgente o requerimiento de inmediata resolución”.
En el léxico de nuestros servidores públicos, define el esfuerzo requerido —generalmente excesivo— para responder a una solicitud de acción inesperada, para resolver una urgencia.
Parece ser cierto que la vida profesional de muchos se conforma de una cadena ilimitada de estas acciones.
Apenas se ha resuelto una situación, aparece otra o varias más que requieren de una atención especial, y así se pasan la vida de bomberazo en bomberazo. Esto evidentemente impide la atención de lo cotidiano, y mucho menos la posibilidad de planear para el futuro. Obligan a actuaciones precipitadas e improvisadas, que muchas veces producen resultados equivocados y erróneos.
¿A que se debe esto? Sin duda a la falta de un proyecto de ciudad o de nación —según el caso— que vaya más allá de los periodos trienales municipales o sexenales de los estados y el gobierno federal. También a la corta visión de algunos de nuestros gobernantes que no alcanzan a ver más allá de las próximas elecciones.
Los terremotos de septiembre pasado, que tanto daño y dolor causaron en Oaxaca, Chiapas, Puebla, Morelos y en la misma Ciudad de México, nos han dado la oportunidad de replantear el futuro de nuestras ciudades, sin olvidar que cada caso requiere de propuestas y soluciones diferentes y específicas.
No debemos permitir que las respuestas oficiales a este penoso acontecimiento provocado por la furiosa naturaleza se conviertan en una serie más de bomberazos, como parece ser el caso, y menos que se politice ante la cercanía de las próximas elecciones, como ya sucede.
La emergencia de la primera semana, que consistió sobre todo en el rescate de las personas en riesgo y de las víctimas, ya pasó. La sociedad civil hizo un trabajo heroico que ayudó a salvar muchas vidas y estabilizar otras. La urgencia del primer mes, para consolidar y reintegrar a los desplazados y damnificados a la cotidianidad, se ha llevado a cabo con profesionalidad y diligencia.
Hemos visto cómo a pocos días de la tragedia, el gobierno de Ciudad de México envió para su aprobación una iniciativa de ley —Ley del Programa para la Reconstrucción, Recuperación y Transformación de CdMx— que contiene algunas sugerencias estupendas, otras no tanto, pero que sin duda se queda corta y no deja de ser una respuesta precipitada, otro resultado de un bomberazo.
Para darle seguimiento, se ha nombrado una Comisión para la Reconstrucción de CdMx, integrada por miembros del gabinete municipal saliente y algunos otros profesionales cercanos al actual gobierno de la ciudad.
También hemos visto pasar otras muchas propuestas para atender las necesidades inmediatas de los muchos damnificados en las demás regiones del país que sufrieron de esta tragedia.
Los habitantes de Ciudad de México o de Juchitán o de Jojutla o de las tantas otras ciudades dañadas no necesitan dádivas. Lo primero que se requiere es dejar de dilapidar los escasos fondos que existen para la reconstrucción y, sobre todo, no permitir su uso con fines electorales.
Tampoco hacen falta más leyes, programas o comisiones resultantes de la inmediatez. Necesitamos ahora proyectos específicos producto de la seria y profunda reflexión y análisis, que permitan reordenar las condiciones físicas y la calidad de vida de estas ciudades, y que nos ofrezcan la posibilidad de estar mejor preparados para futuros eventos.
Requerimos de proyectos que reconozcan las condiciones culturales e históricas de cada lugar único y que tengan una visión de futuro, con un pie en nuestro rico pasado, el corazón en el presente y los ojos en el porvenir. Tenemos la oportunidad de reinventar cada una de las ciudades y barrios afectados, haciéndolas más igualitarias, más inclusivas, más diversas y más bellas, y con la posibilidad de mejores condiciones para todos sus habitantes.
Para la elaboración de estos proyectos se necesita conocimiento, talento, inteligencia y tiempo. Tenemos todos estos elementos. No debemos equivocarnos dejando pasar esta oportunidad única. Ya no necesitamos ciudades hechas a bomberazos.
*Director de Ten Arquitectos y miembro del Consejo Consultivo de la Secretaría de Cultura