Una nueva visión para Ciudad de México

Ciudad de México /

Los eventos de esta última semana en Ciudad de México han hecho evidente que existe un importante grado de frustración y enojo entre las y los jóvenes. Este descontento ha sido producido en gran medida por viejas situaciones endémicas heredadas por esta nueva administración, algunas de las cuales tienen sus raíces en décadas previas y requieren atención inmediata. La inseguridad; la inequidad económica, social y geográfica; la dificultad de movilidad y la insuficiencia de servicios, por mencionar algunas, han rebasado ya los grados de tolerancia de los habitantes de la gran metrópoli.

Es muy saludable e inclusive deseable que estas condiciones de molestia colectiva se manifiesten públicamente. La violencia contra las mujeres toca cada aspecto de la vida –pública y privada– de la sociedad. En protestas como la de la semana pasada, es importante que se preserven y respeten los más elementales y fundamentales principios de la libertad de expresión garantizados por nuestra Constitución, una de las bases ineludibles de nuestra democracia.

El espacio público juega un papel fundamental en este tema, porque es ahí donde la sociedad se manifiesta. Es este el territorio de la democracia. Los lugares de encuentro, de diálogo, discusión, información y de aprendizaje o los de descanso, distracción y entretenimiento colectivo conforman este bien urbano común. El bienestar potencial de las ciudades se mide por la calidad de su espacio compartido –el vacío concebido y diseñado para alojar y recibir tanto las celebraciones como los momentos de displicencia–, así como por su capacidad para ser activado por la energía de la comunidad que lo ocupa.

Un error común ha sido denominar “espacio público” a todo aquel vacío urbano que no es privado. Peor ha sido pretender que cualquier hueco de la ciudad puede ser reactivado e integrado a la vida colectiva si se le aplica una superficie de césped y se plantan algunos árboles o si se pavimenta con algún material diferente. La calidad del espacio público depende intrínsecamente de la arquitectura que lo define, y muy especialmente de las personas y las instituciones que lo energizan. Sin estas últimas el espacio público no existe.

De igual o mayor importancia es atender un mal aún más profundo que el evidente descontento existente y que parece ser generalizado: la falta de ilusión, de orgullo y de esperanza que se ha hecho manifiesto entre los integrantes de las jóvenes generaciones de Ciudad de México. Tal vez es aquí donde debemos buscar las raíces de las manifestaciones en la gran capital mexicana.

Es fundamental definir y articular claramente la visión para Ciudad de México. Es muy importante invertir ahora en proyectos de excelencia “de mejor futuro”, sustentables y sostenibles, que nos permitan revivir el espíritu de ambición y confianza en el porvenir que exigen y merecen nuestros jóvenes. Debemos proponer y comprometernos con proyectos culturales de talla global –artes, tecnología, ciencias, etcétera– que nos pongan al mismo nivel de las principales metrópolis del mundo, lo cual permitirá́ a las generaciones emergentes vislumbrar nuevas oportunidades de crecimiento y desarrollo y “verse a los ojos” con sus pares en cualquier lugar de nuestro planeta. Debemos integrarnos de inmediato al discurso urbano universal.

En este aspecto, como nos lo ha demostrado cientos de años de historia, el buen urbanismo y la arquitectura serán la mejor inversión y tendrán que tomar un rol protagónico. Solamente a través de su excelencia lograremos dar a los mexicanos las oportunidades y el orgullo que esperan y merecen.

* Miembro del Consejo de Diplomacia Cultural, de la SRE y de Cultura

  • Enrique Norten
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