“Un obispo Presidente
Dos payasos secretarios
Cien cuervos estrafalarios
Es la junta instituyente.
Tan ruin y villana gente
Cierto es que legislarán
A gusto del Gran Sultán,
Un magnífico sermón
Será la constitución
Que estos brutos formarán”.
Servando Teresa de Mier
Uno de los fenómenos recurrentes más graves—detonados a partir de la Crisis económica del 2007—es la banalización de la Política. Y hacemos muy particular hincapié en esta pauta espacio-tiempo, no por que esto no se diera previamente sino por la regularidad con la que viene repitiendo a nivel global desde aquél entonces.
Esta banalización se traduce en una vulgarización de lo que en teoría debiera ser uno de los asuntos más importantes del quehacer cotidiano, tomando en cuenta el impacto que las decisiones tomadas desde este rubro tiene sobre la vida de millones de ciudadanos, y se percibe desde la transformación de los aspirantes a servidores públicos en actores de talk show cuando se prestan, en aras de rating electorero, a aparecer en programas televisivos que nada abonan el quehacer político: presumiendo su marca favorita de trajes, el nombre de su perro y su platillo favorito (sin duda algo más fácil que dar su opinión sobre la caída del petróleo o la sustentabilidad del sistema de pensiones).
Sin embargo, tanto o más grave termina siendo el otro extremo; cuando quienes no tienen vocación, capacidad, experiencia o relación con la res pubicae terminan siendo los primeros invitados al banquete de Platón, que es lo que sucede en la Ciudad de México.
Tras la reciente reforma política en donde la capital del país se constituye en nueva entidad federativa, el gobernador Miguel Ángel Mancera perdió una oportunidad histórica cuando presentó ante los medios a las 28 personas encargadas de redactar la Carta Magna para la entidad bajo su mando, presumiéndolos como ejemplo para la elaboración de una nueva Constitución para la República Mexicana, según sus palabras.
La lista de estos constituyentes parecía una mala broma de Mancera a la ciudadanía o el trabajo concienzudo de su peor enemigo: miembros de la farándula, representantes de lo peor del pasado político del país, autores de nota y literatura rosa, activistas de minorías poco representativas y representantes cavernarios de dogmatismos políticos tan rancios que parecieran traídos desde 1935.
En fin, un petit Komintern con todo y camisas pardas, entre presupuestívoros, “revolucionarios” de café y defensores del “Pensamiento único” (el No Pensamiento) como el “gran futuro” que la clase política nos ofrece.
enrique.sada@hotmail.com