Anatomía de una mentira

Jalisco /

México tiene algunos años con una crisis de la conversación pública. Prueba de ello es que se publican pocos libros con verdadero valor analítico. Pocos textos que nos ayuden a entender el momento político por el que atraviesa nuestro país. Sin embargo, hay un libro que me gusta recomendar: López Obrador, el poder del discurso populista. Una obra bien documentada que nos permite entender la narrativa seductora del expresidente. ¿Por qué existe una base tan amplia de mexicanos que creen mentiras tan evidentes? ¿O por qué AMLO dejó la presidencia con altos niveles de aprobación que contrastan con sus resultados de Gobierno? Bueno, parte de ello está en el discurso y en esa narrativa mántrica que disciplinadamente repitió durante mil 423 mañaneras.

Y es que como explica Espino, un eje fundamental para entender la persuasión del discurso populista es la utilización permanente de la posverdad. Los otros datos es la frase más icónica de esta disociación de la realidad. No existe la realidad para el Gobierno, sino distintas perspectivas u opiniones. Donald Trump lo llamaba “alternative facts” (hechos alternativos). No importa si es de derecha o de izquierda, el populismo necesita disolver el principio de realidad y minar la credibilidad de todo aquél que pueda disputar el campo de batalla de la mentira. Por ello, AMLO emprendió una batalla tan feroz contra académicos, universidades, periodistas, sociedad civil. Todos ellos suponían amenazas para el imperio de los otros datos.

La posverdad llega al punto de inventar elecciones fraudulentas cuando pierden. Recordamos 2006. Más allá de si uno cree o no que hubiera fraude (por cierto, la política y el debate no son dogmas de fe), el profesor José Antonio Crespo hizo una larga y ardua tarea de investigación sobre las actas de la elección de 2006. En su libro, 2006: hablan las actas, Crespo demuestra que no es posible probar que hubo fraude. No obstante, de aquellos polvos estos lodos. El nunca probado fraude de 2006 ha sido un relato funcional de AMLO para tumbar el régimen de la transición y encaminarnos a algo que se parece más a una autocracia que a una democracia.

Trump se inventó un fraude en 2020. Un fraude que derivó en los ataques al Capitolio y una de las crisis políticas más profundas de la historia de la Unión Americana. Ni siquiera las democracias centenarias están vacunadas contra el virus de la mentira, la conspiración y la posverdad.

En Jalisco, Claudia Delgadillo y José María Martínez -candidatos de Morena y satélites a la gubernatura de Jalisco y a la alcaldía de Guadalajara- quisieron sacar del baúl de los recuerdos la vieja estratagema de llamar fraude a una derrota electoral. Si uno analiza las impugnaciones, es posible percatarse que los abogados de ambos tienen una vocación bien explotada para las novelas de ficción. Cero pruebas, pero mucha conspiración.

Muestra de ello no sólo es la derrota de su impugnación en cada una de las instancias, sino que la propia Sala Superior ni se molestó en discutir la impugnación de Guadalajara. Simplemente la desechó. En el caso de la gubernatura de Jalisco, el próximo miércoles ocurrirá algo similar. Los tribunales tumbarán la impugnación de Claudia Delgadillo y, por fin, la sociedad jalisciense podrá dar vuelta a la página electoral.

Dos cosas explican las mentiras de Delgadillo y Martínez. Lo primero, su asombro al encontrarse con un país cubierto de victorias guindas, pero un Jalisco que optó por Movimiento Ciudadano. Martínez sabe que por mucho tiempo fue ganando la elección a la capital. Sin embargo, la candidatura de Verónica Delgadillo le dio la vuelta con disciplina, trabajo y proyecto para la ciudad. Al final, los tapatíos se dieron cuenta que no era lo mismo que la ciudad fuera gobernada por una mujer con las manos limpias, sin ningún tipo de señalamiento ni compromiso, frente a alguien que ha estado envuelto en polémicas de corrupción desde el inicio de su carrera política.

Y en el caso de (Claudia) Delgadillo, inventarse un fraude era su única forma de mantenerse viva políticamente. Ninguna encuesta seria puso a Delgadillo por encima de Lemus en ningún momento de la campaña. Lemus comenzó arriba y terminó arriba. Su derrota supone que el liderazgo de Morena caerá en otras personas, los alcaldes Sergio Chávez y Laura Imelda Pérez o el senador Carlos Lomelí o incluso la diputada federal Merilyn Gómez. La mentira era un tanque de oxígeno para dos trayectorias políticas que se vieron cerca de tocar poder, pero que su derrota los deja sin horizonte político.

Y dos, una tesis que bien argumentó Salvador Camarena: explotar la narrativa del fraude en los próximos tres años. Tachar de ilegítimos a los gobiernos de Jalisco y Guadalajara. Una estrategia que le funcionó a López Obrador, pero que en Jalisco no cuenta con apoyo mayoritario.

No puede haber democracia sin aceptar la derrota. Delgadillo y Martínez hicieron un uso mezquino de las instituciones. Atacaron sin pruebas ni argumentos al árbitro electoral. Con sus caprichos quisieron enrarecer los procesos de transición. Sin embargo, se cayó el montaje. La mentira no es cosa menor, si no se combate termina debilitando a las instituciones y envenenando el debate público democrático. 


  • Enrique Toussaint
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