La oposición nostálgica

Jalisco /

La memoria ha dejado de ser un enigma en las últimas décadas. Investigadores en neurociencias han demostrado lo caprichosa que puede ser nuestra memoria. Confiamos en ella, pero la realidad es que deforma nuestros recuerdos, los altera o los acomoda de formas peculiares. Creemos que nos acordamos firmemente de episodios, pero investigadores de la Universidad de California en Los Ángeles han demostrado que comúnmente nos equivocamos. Por ejemplo, en Estados Unidos se preguntó: ¿Dónde estuviste el día de los ataques a las Torres Gemelas? Más del 40% de los entrevistados dieron sitios que no eran verdad. Incluso en momentos traumáticos, en donde supuestamente el recuerdo se quedaría mejor anclado, comúnmente erramos.

Si esto nos pasa con nosotros mismos, ¿qué podemos esperar de nuestra memoria sobre la vida política y social de nuestro país? Más que acordarnos de eventos puntuales, solemos utilizar atajos cognitivos para explicar grandes periodos de tiempo. “Crisis”, es un concepto. “La devaluación”, es otro que conocemos bien los mexicanos. “La pandemia”, imposible de olvidar. “El neoliberalismo”, la palabra favorita del régimen.

No obstante, difícilmente podemos hacer un análisis frío sobre nuestro pasado. Y en México, todo lo que supone pasado ha sido condenado públicamente. Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum entendieron muy bien que la gente estaba enojada con todo esto que podemos llamar la transición a la democracia en sus distintas acepciones. A diferencia de lo prometido, la democracia no nos había hecho ni más ricos, ni menos corruptos, ni más seguros. Esta desilusión con el devenir democrático fue lo que le permitió a López Obrador comenzar con su proceso de devastación institucional. No había nadie enfrente. El mexicano promedio le resulta lejanos conceptos como órganos autónomos, poder judicial o democracia.

Por supuesto que ningún análisis serio puede partir de considerar que todo pasado fue malo. A mi generación ya no le tocó vivir las crisis en los crepúsculos sexenales. El derrumbe del peso. El robo masivo de urnas. La imposibilidad de defender ideas políticas críticas. México vivió una transición que conjugó derechos políticos democráticos con estabilidad económica. Muy lejos de la perfección, pero valiosa en términos de consagración de nuestras libertades políticas. Sin embargo, con el mote de “periodo neoliberal”, López Obrador ha arrasado con todo a su paso. Es cierto que los salarios no mejoraron como debiera. Es cierto que la clase política mantuvo niveles intolerables de corrupción. Que se prolongó una relación insana -hasta el día de hoy- entre poder político y económico. Y es cierto que México siguió siendo un país con profundas desigualdades. Todo lo negativo no borra los avances, pero en el imaginario popular parece que lo segundo nunca ocurrió.

Tras la elección, un canal de YouTube puso en la misma mesa a Javier Lozano -exsecretario del trabajo en tiempos de Felipe Calderón- y a Marko Cortés- actual dirigente del PAN. Se dieron hasta con la cubeta. Lozano le exigía a Cortés que defendiera los gobiernos del PAN. Cortés le reviraba diciendo que figuras como Genaro García Luna le habían hecho mucho daño al partido. No llegaron a ninguna clase de entendimiento, pero quedó de manifiesto que una parte de la oposición sigue atrapada en 2006. En el calderonismo o en Fox. Esta falta de visión de futuro hace que en México exista un 45% de voto opositor que hoy se siente huérfano. Que ve asombrada como la oposición es incapaz de dibujar un país alternativo al que delinea Morena.

Hay mucho que defender del paso del México de Echeverría al de Peña Nieto. No obstante, la persistente apelación al pasado provoca que sea difícil sacudirse de sus recuerdos más nocivos. Escribió Javier Cercas que el pasado no es pasado, sino otra dimensión del presente. Esta semana, Genaro García Luna fue condenado a 34 años de prisión por sus vínculos con el crimen organizado. ¿Qué autoridad moral puede tener alguien como Felipe Calderón que mantuvo al frente de la política de seguridad a un policía que trabajaba para la delincuencia? ¿No siente el PAN la necesidad de pedirle perdón a México por esos años en que se permitió la connivencia de las autoridades en seguridad con el crimen organizado? No todo fue malo en los 12 años panistas, como sostuve desde el inicio, pero casos como el de García Luna nos recuerdan lo peor de nuestro pasado. Por cierto, nadie puede descartar que algo así termine sucediendo con los mandos de López Obrador o Sheinbaum en unos años. La realidad es que el crimen organizado se ha infiltrado hasta la médula del Estado. Y no parece que el actual régimen se preocupe mucho por eso.

La larga noche de la oposición parece que no será cuestión de días. Le guste o no a una parte de la oposición, México sí está dividido en dos. Quienes apoyan ciegamente al régimen y quienes creen que México no va por la dirección correcta. En este escenario, la oposición necesita no sólo parar los píes a las tropelías del régimen -es su obligación como fuerzas opositoras. Está obligada -también- a decirle a los mexicanos que tiene un proyecto. Que gobiernos como el de Jalisco (MC), Querétaro o Yucatán (PAN), Coahuila (PRI) son alternativas frente a la concentración de poder. En México debe haber oposición -sin duda-, pero sobre todo debe haber alternativas. Recordemos que la deriva autoritaria en países como Hungría, Turquía, Venezuela o El Salvador se explica también por la debilidad opositora. 


  • Enrique Toussaint
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