Vladimir Putin sostiene que invadió Ucrania para evitar la nazificación de su vecino. Seis de cada 10 rusos le creen a su presidente, de acuerdo con una encuesta independiente publicada la tercera semana de abril. Donald Trump sostiene que Joe Biden se robó la elección de 2020. 40% de los americanos creen el discurso del magnate y casi 75% de los republicanos. Andrés Manuel López Obrador dice que el país gestionó correctamente la pandemia. Han fallecido más de 600 mil personas, pero 61% dice que está de acuerdo con la forma en que el presidente manejó la pandemia. Sheinbaum dice que la empresa noruega DNV, que realiza los peritajes de la tragedia de la Línea 12, está al servicio de una conspiración internacional encabezada por Claudio X. González. ¿Qué está pasando en México y en el mundo? ¿Por qué ya no es importante la diferencia entre la verdad y la mentira? ¿Por qué la sociedad se cree discursos que no vienen acompañados de prueba alguna? ¿Por qué importan más nuestra filias y fobias políticas que los datos de la realidad?
El problema de fondo es la transformación de la política en algo distinto a lo que fue hace algunos años. Ezra Klein en su libro: por qué estamos polarizados (Why we´repolarized) nos da una clave: la política se convirtió en nuestra identidad. No votamos por un candidato por sus propuestas o su trayectoria. No votamos por un candidato por ser honesto o eficiente. El voto es cada vez más un instrumento que define qué somos, quién somos. Las redes sociales, los medios de comunicación, nuestro contexto e incluso el barrio donde vivimos, refuerzan nuestras ideas políticas. No es fácil apartarnos de la opinión mayoritaria que nos rodea. Los algoritmos operan para que nos fanaticemos, crezca la polarización y existan negocios más jugosos. El fanatismo es un gran negocio.
En la medida en que el apoyo a un candidato, a un gobernante o a un partido se va convirtiendo en una identidad, todo aquél que no comparte dicha identificación política se convierte en un paria o en un traidor. No hay lugar a matices, estás conmigo o estás en contra de mí. Los populismos han reforzado estas tendencias de la opinión públicas y les han sacado provecho. Andrés Manuel López Obrador a través de años de activismo y de repetir día tras día el mismo discurso ha ido consolidando una identidad obradorista. Dicha identidad se nutre de la guerra dialéctica que el presidente protagoniza contra la élite del país. Bueno, contra parte de la élite: periodistas, intelectuales, empresarios (quitemos a los multimillonarios con los que se lleva de maravilla). No hay obradorismo sin enemigo. No hay identidad propia sin traidores. No hay autoafirmación sin un malo a quien endilgarle todo lo que sucede. La monarquía del miedo, como sabiamente lo escribió Martha Nussbaum en su último libro.
Es así como la verdad, los hechos y la realidad se van relativizando. Es el fango de la posverdad. El ataque a la prensa y a la intelectualidad es una estrategia para que la verdad deje de existir. No hay verdad, sino intereses. No hay hechos, sino opiniones. López Obrador no quiere tener la verdad, lo que quiere es que aquellos a los que él califica como sus adversarios sean inverosímiles. Destruir su credibilidad para que las ideas políticas le importen más a la gente que la realidad.
En un país que no estuviera aturdido por la mentira y la posverdad, la candidatura de Sheinbaum a la Presidencia de la República estaría muerta. Primero por la tragedia de la Línea 12, responsabilidad directa de ella. Segundo por querer esconder los resultados del peritaje. Y tercero porque la empresa DNV señala la corresponsabilidad de su Gobierno en la muerte de 26 personas. El problema es que una parte de la opinión pública que respalda a la 4T cree que exigirle cuentas a la jefa de Gobierno es traicionar su compromiso con el proyecto político de AMLO. Que pedir responsabilidad a la jefa de Gobierno es casi como alinearse con el PAN y el PRI. Que exigir que caigan los culpables es sinónimo de sumarse a la oposición. Luego de años de manchar a todo aquél que discrepe del Gobierno, una parte de la población prefiere la mentira. Y como dice el Washington Post no olvide que “la democracia muere en la oscuridad”. Ante la mentira, el país necesita más y mejor periodismo. Ninguna ideología puede estar por encima de la verdad.
Enrique Toussaint