Si bien nos va, en 2022 recuperaremos el tamaño de la economía que teníamos en 2018. Los homicidios se mantienen altísimos, incluso por encima de las primeras mitades de los sexenios de Calderón y Peña Nieto juntos. En corrupción, se ha hecho lo de siempre: un par de chivos expiatorios, pero los peces gordos siguen disfrutando la vida de lo lindo. Ni somos un país más fuerte económicamente, ni hay menos pobres, ni somos más seguros y tampoco menos corrupto. Entonces, ¿por qué dos de cada tres mexicanos aprueban lo que está haciendo AMLO? ¿Nos volvimos locos? ¿La realidad ya no importa?
El miércoles, luego del mitin en El Zócalo, me decía un colaborador: me emocionó el evento, me siento parte de algo. Algo que está por encima de nosotros. Y es que López Obrador ha logrado crear un “nosotros”, un sentimiento de identidad nunca visto en la política mexicana. Y en eso, la comunicación ha jugado un rol central.
La política de comunicación presidencial ha sido un éxito, tal vez el más destacable de su administración. El presidente se divierte mientras entretiene al “círculo rojo” con esas armas de distracción masivas que van desde meterse con la UNAM hasta llamar egoísta a la clase media o señalar a Carmen Aristegui como conservadora. Aceptémoslo, el presidente conoce a la comentocracia y juega con ella. AMLO sabe que sus declaraciones llenarán espacios de radio y prensa solo escuchados por el mexicano más informado que ya es crítico de su proyecto. No extraña que sólo la aprobación del presidente sea 20 puntos más baja entre quienes tienen estudios universitarios. AMLO segmenta discursos y eso le permite controlar la agenda permanentemente.
Así, mientras indigna a la comentocracia, AMLO fortalece su nexo con su base de simpatizantes a través de mensajes sencillos que edifican a un presidente patriota y dispuesto a llegar hasta el final por los que menos tienen. En esta comunicación a ras de tierra no importan los datos, menos el contraste. Lo que importa es tener a un presidente que “ve por los de abajo”, “que hace cosas buenas por los que menos tienen”. El presidente se burlaba del marketing esta semana y decía que pervierte a la política. Criticó a quienes se mueven hacia el centro. Bueno, no olvidemos la gran operación de mercadotecnia y moderación que le dio la Presidencia de la República. AMLO giró al centro para ser elegible.
Volviendo al discurso de “primero los pobres”. De acuerdo con la encuesta del Diario Reforma, el mayor atributo que la ciudadanía le concede al partido del presidente es que beneficia a los que menos tienen. Frente a élites antipatriotas –en el discurso presidencial– y divorciadas del día a día de las mayorías, AMLO se asume como el padre protector, aquel que pone al elefante reumático al servicio del pueblo. No importa que haya más pobres que antes, no importa que la desigualdad se haya ensanchado, al final la propaganda es más eficaz que la realidad misma.
Otra razón es que una mayoría de mexicanos sigue creyendo que el presidente es honesto y, por lo tanto, distinto. De acuerdo con El Financiero, 64% cree que es su mayor atributo. Para que usted tenga una idea, solo 14% lo pensaban de Enrique Peña Nieto. Una mayoría de mexicanos considera que quien está en Palacio Nacional es un político honesto. En ese apartado, AMLO supera a Calderón y está por encima también de Fox. Esta percepción permite que el presidente se asuma como el guía de una revolución moral que busca purificar la vida pública. No importa que aparezcan hermanos del presidente recibiendo maletas llenas de billetes o que su hijo esté relacionado con irregularidades en Sembrando Vida, o que Manuel Bartlett esté en su gabinete. O incluso que su secretario particular aparezca videograbado en operaciones carrusel depositando dinero en efectivo, como lo hizo público Carlos Loret. El pueblo cree en él y no busca segundas opiniones. No importa que el presidente se mueva entre tantos corruptos. Nada mina su popularidad.
Para la efectividad de la comunicación, es necesario –también– construir un régimen de posverdades. La Real Academia Española define “posverdad” como: distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. El objetivo de la propaganda no es rendir cuentas sino repetir una mentira mil veces con tal de opacar la realidad. O torcerla con tal de demostrar que los hechos, la verdad, son simplemente cuestión de interpretación. ¿Desabasto de medicinas? Tácticas golpistas, respondían. ¿No hay pruebas de que se acabó el huachicol? La prensa conservadora, dicen. ¿Matan a más que con Calderón? Abrazos y no balazos sí funciona, argumentan sin pruebas. Lo que cubre todo es una gran campaña que busca hacer creer que frente al presidente no hay nadie que pueda disentir legítimamente. Es decir, si críticas a AMLO es porque eres parte de una mafia que busca saquear al país.
La eficacia de la simbología. Nadie puede negar que el simbolismo tiene un gran papel en la política. El presidente ha sabido explotarlos y mantenerlos vivos incluso tres años después. El símbolo de la presidencia pobre y austera; el símbolo de la eliminación de los derroches; el símbolo de la honestidad a prueba de todo; el símbolo del defensor del pueblo bueno; el símbolo de que la vida pública es cada vez más pública; el símbolo del voluntarismo presidencial; el símbolo de que él está por encima de las luchas partidistas; el símbolo de un presidente incansable que comienza a las 6 de la mañana y no deja de trabajar a media noche; el símbolo de aquél que encarna una transformación que nos permite ver la historia en el presente. No importa que muchos de estos símbolos estén vacíos de contenido o sean auténticas mentiras. El símbolo se devora cualquier interpretación medianamente objetiva de la realidad nacional.
Estamos viviendo un momento extraño en la política mexicana. Una mayoría de mexicanos no están contentos ni con la economía, ni con la seguridad y tampoco con el combate a la corrupción. Y, a pesar de ello, están contentos con su presidente. El discurso presidencial de poner en el centro a los más desfavorecidos –aunque en la práctica no haya resultados– está calando profundamente en una amplia capa de la ciudadanía. Millones de mexicanos que se sintieron excluidos por décadas, hoy sienten que existe un presidente que, con todos sus errores, ve por ellos. Es un encantamiento que no durará eternamente, pero que se mantendrá vivo hasta que la oposición plantee alternativas creíbles o la realidad se nos estrelle en la cara. La aprobación de AMLO no es sólo fruto de programas sociales o tácticas asistencialistas, sino producto de un sentimiento de pertenencia alimentado por una comunicación eficaz. Las emociones, en política, suelen ser más poderosas que la razón. Un ejemplo más.
Enrique Toussaint