Venezuela, México y la izquierda

Jalisco /

Una página negra de la historia mexicana ha sido la pasividad frente a las atrocidades de dictaduras como la venezolana. Andrés Manuel López Obrador siempre ha tenido un doble rasero en política exterior

He dedicado muchos años de mi vida a estudiar el fenómeno chavista-bolivariano en Venezuela. Su transformación del populismo mesiánico de Chávez, basado en las consultas refrendarias a los ciudadanos y el estado sostenido por el crecimiento desbordado del precio de los hidrocarburos, a una dictadura sostenida por los militares. Chávez pudo elegir otro sucesor cuando se debatía entre la vida y la muerte en Cuba, pero decidió que Nicolás Maduro y su alianza con la cúpula militar permitiría que la “revolución” deviniera indestructible. A once años de su muerte, no podemos decir que se haya equivocado. El mismo Chávez había iniciado esa ruta hacia la perpetuidad del régimen bolivariano.

No obstante, la victoria moral de la democracia es tal que los dictadores tienen que simular ser democráticos. En el mundo contemporáneo —quitando la Corea del Norte de Kim Jong-Un— votar es un derecho irrenunciable. No existen los “Francos” que digan que el pueblo no es maduro para elegir a sus gobernantes o las juntas militares que intercambian orden por derechos políticos. Hoy se debe aceptar (al menos en la fachada) que el pueblo manda y elige a sus gobernantes. Y cualquier crítica es tachada de intervencionismo, violación de la soberanía nacional o imperialismo.

Y así, Venezuela sigue votando. Sin embargo, el régimen dictatorial de Nicolás Maduro controla todo. Desde el Consejo Nacional Electoral hasta los tribunales. Desde las boletas hasta las actas. Por ello, resulta tan sencillo hacer un fraude. No es necesario un fraude en la movilización o compra de voto, simplemente es definir los porcentajes de victoria y que algún achichincle salga a cantarlos al mundo entero. El propio Maduro sabía que el mundo tenía los ojos puestos en Venezuela. Después de muchos años, casas encuestadoras independientes habían hecho trabajos profesionales que colocaban a la oposición de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado en posición de victoria.

El propio Maduro sabía que el mundo no se iba a tragar un resultado putinesco. Le recuerdo al lector que hubo elecciones presidenciales en Rusia el pasado mayo y el Zar Vladimir “ganó” con 88% de los votos. El PRI de la dictadura perfecta es un niño de pecho comparado con estos autócratas. No obstante, Maduro tenía que dar cifras más ajustadas si quería ser creíble. El vocero de Maduro salió a decir que los bolivarianos triunfaron por siete puntos. Tras el anuncio, se ha redoblado la presión internacional para que se presenten las actas. Maduro ha decidido no hacerlo. La oposición publicó las actas a su disposición (80%), con posibilidad de verificación, y la victoria de Edmundo González es clarísima. Por lo tanto, con la evidencia que tenemos en la mesa, Maduro se robó la elección.

En este sentido, el mundo occidental democrático ha reaccionado pidiendo transparencia. Y algunos países, incluso gobernados por la izquierda como Chile, sostienen que sí hubo fraude. México, a la suya. El México de López Obrador es demoledor con los crímenes de la conquista de hace 500 años, pero laxo con los dictadores que se asumen de izquierda. El propio López Obrador calificó de inaceptable que Estados Unidos reconociera a la oposición como la legítima ganadora de la elección. Usted imagine lo poderoso que sería un López Obrador exigiendo cuentas a Maduro.

Sé que no lo hará. Es ese gen antidemocrático que sobrevive en una parte de aquellos que se definen de izquierda.

La izquierda nacionalista revolucionaria militante de Morena es profundamente conspiratoria y facciosa. Creen —primero— que detrás de la crisis política en Venezuela hay una gran simbiosis entre Biden, Elon Musk, la CNN, las grandes petroleras, Milei y quien usted guste, para poner en duda la “democracia popular” venezolana.

No importa que Musk no soporte a Biden, o que Estados Unidos sea el mayor productor de petróleo del mundo (13 millones de barriles diarios), las viejas conspiraciones siguen vivas. Es el imperio. Y facciosa porque asumen una identidad política supuestamente de izquierda que está por encima de cualquier principio democrático o de los derechos humanos. Reconocer un fraude de un gobierno que se asume de izquierda es aliarte con el enemigo. Muy pocas voces desde la izquierda obradorista reconocen que Cuba es una dictadura que reprime a su pueblo cada que alza la voz; o Nicaragua y el sandinismo que son una cleptocracia familiar.

Menos reconocerán que la Revolución Bolivariana acabó en lo que acabó: pobreza, carestía, violencia, liberticidio.

Siempre hay que desconfiar de aquellos que se asumen como los portadores de una gran revolución. Incluso la revolución de las luces en Francia terminó en violencia, y pavimentó el arribo de Napoleón y su imperio.

La llamada izquierda mexicana tiene todavía un largo camino por recorrer para ser auténticamente demócrata. Una cosa es no abrir crisis diplomáticas por diversión, y otra muy distinta es permitir que se usurpe la voluntad popular. Venezuela es desde al menos 15 años, una dictadura en donde no es posible que la oposición alcance el poder. Las elecciones son rituales de fraude que se repiten y terminan en represión por parte del régimen. El talante democrático de Morena sería creíble si fueran capaces de condenar los abusos de aquellos a los que consideran aliados ideológicos. El silencio de México frente a las autocracias es una página negra de un país que solía ser la casa de los demócratas perseguidos por cruentas dictaduras.

  • Enrique Toussaint
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