El experimento australiano

Jalisco /

Australia lo hizo. El pasado 10 de diciembre, entró en vigor la nueva legislación que prohíbe a los menores de 16 años tener perfiles en redes sociales. Australia se enfrentó a los grandes ciberpoderes mundiales como Meta, X o Tik Tok y puso un freno al uso y poder desmedido de las redes sociales desde edades muy tempranas. Australia está haciendo lo que alguna vez se hizo con el tabaco o el alcohol: poner una edad mínima para comenzar el consumo. Está comprobado que las redes sociales son adictivas y generan graves problemas de salud mental (sobre todo entre las mujeres). Sabemos que el desarrollo integral de las funciones cognitivas no llega hasta los 18 años. 

La legislación australiana tiene un elemento cualitativo digno de hacer notar: la anuencia o no de los padres es irrelevante. En muchos países, sólo es posible activar una cuenta con el beneplácito de un adulto. En el caso australiano, la prohibición es general a todos los menores. El diario The Guardian se trasladó a Australia y pulsó en primera línea lo que supone eso para una buena parte de la juventud australiana. Muchos jóvenes expresan su desconcierto e incluso se preguntan cómo van a interactuar con sus amigos sin las herramientas que proveen las redes sociales. Es como si les fuera retirada una parte fundamental de su vida en sociedad. Un comportamiento adictivo, sin lugar a duda. 

El Gobierno australiano dispuso una serie de medidas para evitar el fraude. Tal vez lo más llamativo es el arsenal de multas. Cualquier incumplimiento de la ley supone sanciones que superan los 35 millones de dólares. “Hacerse guajes” no es una opción para las empresas tecnológicas que saben que las multas afectarían gravemente su modelo de negocios. A eso hay que sumarle que Australia es un país con una tasa baja de impunidad. Quien la hace la termina pagando. 

El camino comenzado a andar por Australia es relevante para todo el mundo. No por el caso es específico de las redes sociales. O no sólo por eso. Sino porque nos debemos de debatir a fondo cómo regular el mundo digital que tiene afectaciones positivas y negativas sobre nuestra cotidianeidad. La dependencia a los smartphones provoca todo tipo de efectos que van desde la depresión hasta la falta de concentración, aprendizaje o sociabilidad. A esto hay que sumarle la irrupción potentísima de la Inteligencia Artificial. Sin controles eficientes, la Inteligencia Artificial podría dañar más que contribuir al desarrollo humano. Es el final de la primacía del ser humano sobre la tierra, en palabras del filósofo Yuval Noah Harari.  El algoritmo de la inteligencia artificial es la derrotado del ser humano, si no es capaz de dirigir todos esos esfuerzos hacia su evolución y no hacia su destrucción. 

México parece no prestar mucha atención a estos debates. En el mundo de la autollamada Cuarta Transformación, el estado regulatorio ha perdido su vigencia. Sólo se ha abierto el debate sobre los derechos laborales de aquellos que trabajan en las plataformas sociales. Poco se ha comenzado a debatir sobre la relación entre las plataformas y las juventudes. La adicción a los teléfonos inteligentes, su impacto en la educación y los preocupantes niveles de socialización. No está mal que la Generación Z se encuentre relacionada íntimamente con el mundo digital, el problema es cuando pierden muchas herramientas valiosas para la vida por no tener un camino integral de crecimiento. El teléfono no puede ser el mundo de un niño o de un joven. 

Estados como Querétaro o Jalisco han incorporado esos debates al Congreso de sus respectivos estados. Todavía son debates incipientes. No se toman en cuenta a los especialistas y tampoco son respaldados por el gobierno federal. La educación para el Gobierno de Morena es un estorbo. La Nueva Escuela Mexicana es un nombre pomposo para la institucionalización del atraso educativo. México no está exento del tremendo poder que ejercer los poderes cibernéticos sobre la sociedad y particularmente sobre los jóvenes. Sus ramificaciones s pueden ver en todos lados, incluso en la política y en los debates culturales. Es posible que con las redes sociales hayamos ido muy lejos. Es tiempo de detenernos y examinar dónde estamos. Entender por qué no vivimos en un mundo mejor, a pesar del enorme desarrollo tecnológico. El australiano es un experimento que no hay que perder de vista. Puede marcarnos el camino.


  • Enrique Toussaint
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